Hasta cuándo van a seguir los supuestos paladines de las víctimas del terrorismo hostigando a los vencidos y a su entorno? ¿Hasta cuándo van a seguir rastreando las huellas de supuestos cómplices a la búsqueda de supuestos delitos? ¿Hasta cuándo van a seguir escudriñando panfletos, convocatorias, pancartas o tuits anónimos para reclamar la acción de la justicia contra todo lo que se mueva en torno a lo que suele denominarse el colectivo de presos políticos vascos?
Visto lo visto, puede uno imaginarse una legión de funcionarios policiales o judiciales, liberados variopintos vinculados a la multitud de asociaciones supuestamente de apoyo a las víctimas, entusiastas colaboradores, tertulianos y asistentes de los que proclaman mano dura, chupatintas a sueldo del delegado de Gobierno, dedicados todos ellos a husmear y chivatear a los jueces cuantas iniciativas surjan para velar por los derechos de las personas presas y denunciar la conculcación de sus derechos.
Resulta insoportable este acoso intolerante, fruto de aquellos años del “todo es ETA” que derivó en una cadena de leyes y decisiones judiciales que llevaron a aplicar el Código Penal a acciones absolutamente lícitas en cualquier sistema democrático y a penalizar, prohibir y disolver partidos políticos, asociaciones, colectivos y locales incluidos en ilegalizaciones pelágicas.
A día de hoy, ETA permanece en su inactiva y se supone definitiva hibernación; el sector social que aprobaba o, al menos, no criticaba la acción terrorista ya ha manifestado reiteradamente -con mayor o menor firmeza- su apuesta por las vías exclusivamente democráticas; los colectivos y movimientos sociales sobre quienes cayó el peso de aquellas leyes injustas dejaron de operar por imperativo legal.
No obstante, quienes desde el odio, la intransigencia y la venganza solo aceptan aplicar la condición de vencedores y vencidos, insisten en hacer realidad aquella sentencia tantas veces proclamada: “Que se pudran en la cárcel”. Ni un paso atrás, no les dejemos ni respirar, vigilemos por tierra, mar y aire para evitar cualquier apoyo, solidaridad o exigencia legal que pueda beneficiar o aliviar a los vencidos.
En el transcurso de los años posteriores al “todo es ETA” hemos asistido a la ilegalización, represión y desaparición de sucesivos colectivos de apoyo al colectivo de presos, comenzando por las Gestoras y acabando por Herrira. Los denunciantes apelaban a su inequívoca vinculación a la izquierda abertzale -es decir, a ETA según su argumento-. Y mientras su actividad era objeto de acoso y hasta prisión, en las cárceles españolas y francesas seguían perpetrándose constantes quebrantos de los derechos humanos contra las personas condenadas por las indiscriminadas leyes antiterroristas.
En ese contexto de represión y venganza nació Sare, una nueva plataforma por el respeto a los derechos humanos de los presos y la denuncia de sus quebrantamientos concretados en la dispersión, la no aplicación de los beneficios penitenciarios legales o la retención de los enfermos graves. Una plataforma más, lógicamente continuadora de las que le precedieron con los mismos fines pero caracterizada por la presencia plural de personas -podrían también definirse como personalidades- que nunca estuvieron vinculadas a ningún colectivo que apoyase la violencia, más aún, personas que desde su cargo público o su vivencia personal la condenaron con energía y convicción. A nadie con sentido común podría pasarle por la cabeza que fueran cómplices del terrorismo personas como Ibarretxe, Azkarraga, o cualquiera de los promotores de Sare incluida Rosa Rodero, viuda del ertzaina Joseba Goikoetxea asesinado por ETA. Les da igual. Basta que reivindiquen los derechos humanos para los presos, para que sean considerados primero sospechosos, después cómplices y, ya puestos, simplemente terroristas.
La plataforma Sare, desde que apareció en la escena, es para estos implacables inquisidores parte de la hidra de ETA a la que hay que vigilar y perseguir, objeto de esta cacería sin fin que todo lo espera de una Audiencia Nacional copartícipe en la batida.
Mientras tanto, se va ampliando el hartazgo de la sociedad vasca ante este empeño en que nunca se cierre la herida, en que persista la tensión y en que sigan abiertos todos los chorros de la venganza. Ya está bien de imponer arbitrarias líneas rojas que no se deben traspasar, de exigir siempre un listón más al reconocimiento del daño causado, de azuzar el ajuste de cuentas y negar los derechos humanos en el presente a quienes están pagando su culpa por no haberlos respetado en el pasado. No hay clemencia para los vencidos. Ni tampoco justicia. “Que se pudran en la cárcel”, es su empeño de centinelas y la justificación de su ambición política. Ya les vale.