“Condenadme, no importa; la historia me absolverá”. La célebre frase que cerraba el alegato de Fidel Castro en 1953 es el anhelo de cualquier victimario o responsable de algún crimen de intencionalidad política y de quienes, por acción u omisión, lo apoyaron. De forma mucho más descarnada, Josu Zabarte, miembro de ETA que ha pasado 30 años en prisión por 17 asesinatos, afirmaba en una reciente entrevista: “Yo no he asesinado a nadie, yo he ejecutado”. “El Estado me ha empujado. Para mí es el Estado el terrorista, el que obligó a ETA a tomar una serie de decisiones”.

La “historia”, que cuenta e interpreta los hechos que han sucedido en un periodo de tiempo en un lugar determinado, cobra, así, una importancia capital. En Euskadi, tres años después del fin de la violencia por parte de ETA, nos encontramos en un momento clave, el de responder a la irónica pregunta que plantea el profesor de Historia y experto en políticas de memoria Ricard Vinyes: ¿Cómo va a ser nuestro pasado? Es decir, ¿cómo nos vamos a contar lo que ha ocurrido en este país en los últimos cincuenta años? ¿Quién y cómo hará ese relato?

Según un consenso generalizado, y que parece asumido por la sociedad vasca, nos hallamos en medio de la “batalla de la memoria” o de la “batalla del relato”. Es decir, en un nuevo conflicto, en una lucha -no exenta de intereses políticos- por definir, concretar y escribir nuestro pasado más reciente. Lo recuerda cada vez que se le presenta la ocasión el ministro del Interior, Jorge Fernández Díez: “ETA está policialmente derrotada, pero no cejaremos hasta que se disuelva. Y ahora es el momento de poner acento en el Relato de la Historia”, afirmaba hace unos días en una entrevista.

Básicamente, y con matices, existirían tres frentes, valga el término militar, aunque no son monolíticos. Por una parte, quienes defienden la denominada por sus detractores teoría del conflicto, fundamentalmente la izquierda abertzale: desde la guerra del 36 y durante el franquismo el pueblo vasco ha vivido bajo una opresión que anulaba su identidad y su libertad y una organización (ETA) se vio obligada a tomar las armas en su lucha de liberación, respondida con una brutal represión y produciéndose un conflicto que ha generado víctimas en ambos bandos.

En el lado contrario, están quienes consideran que ETA no es la consecuencia de conflicto alguno, sino que surge de la mera voluntad de sus integrantes, que decidieron usar el terrorismo y la eliminación del adversario para destruir el sistema democrático e imponer un proyecto político totalitario y que contó con el apoyo y/o el silencio de parte de la sociedad vasca.

Existe, además, una tercera vía que constata múltiples vulneraciones de derechos humanos y, en consecuencia, de víctimas de una violencia injusta de distinta procedencia que deben ser reconocidas sin exclusiones, aunque distinguiéndolas, dentro de una memoria necesariamente inclusiva.

De la teoría del conflicto existen múltiples ejemplos. Valga recordar la conocida intervención del presidente de Sortu, Hasier Arraiz -que le valió una querella, luego archivada-, en la que justificaba y reivindicaba la trayectoria de la izquierda abertzale y en la que también afirmaba: “En este conflicto nadie ha estado de espectador. Todo el mundo ha tomado parte, todos hemos hecho sufrir y todos hemos sufrido”. El también dirigente de Sortu Joxean Agirre afirmó en 2013: “En el pasado podemos encontrar las razones de la lucha, las pinceladas del tiempo que llamamos conflicto y los primeros sonidos de disparos de una guerra que nosotros no empezamos”. Agirre exigía el “derecho” de la izquierda abertzale “a hacer su relato”, sin “admitir atípicas tutelas de tipo ético”.

¿Cómo se articula este discurso del conflicto en forma de relato? “Euskal Herria, pueblo negado y oprimido, sufre la falsificación constante de su historia. Día tras día, la ofensiva ideológica de los estados español y francés hace mella en nuestra perspectiva. Los medios de comunicación, el curriculum educativo, el discurso institucional y la doctrina antiterrorista llevan décadas imponiendo una versión adulterada de lo que somos y hacemos”. Así define su labor Euskal Memoria, una fundación dedicada a “recuperar” la historia de Euskadi desde una perspectiva que coincide plenamente con las tesis de la izquierda abertzale. Su objetivo divulgador en cuanto al relato de la teoría del conflicto es también claro: “En cuanto entendamos la evidencia de que la Guerra de 1936, el franquismo, la Reforma, el centralismo francés y el constitucionalismo español son eslabones de la misma cadena, la perspectiva global sobre el conflicto, su origen, efectos y resolución se alterará. Solo entonces empezaremos a vencer también en la redacción de nuestra propia percepción de la verdad”.

Iñaki Egaña es historiador y escritor y uno de los fundadores y cabeza visible de Euskal Memoria. Considera que la Fundación “no es un agente político” y “surge porque hay un desequilibrio evidente en el tema de las víctimas y para intentar equilibrar un poco”. El objetivo es “hacer un relato humano y físico de lo que han sido violaciones de los derechos humanos en los últimos 80-90 años”.

Egaña percibe que “algún sector quiere hacer del relato una batalla”, pero cree que no debería ser así. “Nunca ha habido ni puede haber un relato único, debe haber varios relatos. “Hay víctimas de distinta categoría y hay una línea que viene desde Areilza, desde el 37, en su famoso discurso de que hay vencedores y vencidos y parece que el relato se debe escribir en esa línea y yo creo que eso es un error y un fracaso a la hora de abordar políticas públicas de memoria, de abordar con la mayor objetividad los relatos. Probablemente el no aceptar una línea democrática de memoria es lo que lleva a algún sector a pensar que el relato es un campo de batalla”.

Con todo, el responsable de Euskal Memoria rechaza las acusaciones de manipulación que se le hacen. “Yo no me siento aludido”, afirma, y argumenta que “para superar todas esas supuestas dudas, lo primero sería abrir archivos, desclasificar documentos. Si estuviésemos en paridad para investigar se podría ver quién manipula y quién no”.

¿Memoria o historia? Primo Levi, superviviente del holocausto nazi y pionero en dar testimonio de las víctimas, escribió que “la memoria es un instrumento maravilloso, pero falaz”. En este sentido, el doctor en Historia Contemporánea y profesor de la UPV/EHU José Antonio Pérez alerta contra la falta de rigor que puede existir a la hora de hacer el diagnóstico veraz sobre nuestro pasado y del riesgo de que se cruce la “línea roja” al plasmarlo: la justificación y legitimación del terrorismo de ETA. Miembro activo del Instituto Valentín de Foronda de la UPV/EHU y especialista en la investigación de temas relacionados con la represión y la violencia política durante el franquiso y la transición, Pérez ha participado en la comisión de expertos para la elaboración del proyecto sobre el Instituto de la Memoria en Euskadi y participa también en la comisión creada para la revisión y reconocimiento de las víctimas producidas por los abusos policiales. Es, por tanto, una de las voces más autorizadas sobre la reciente historia del País Vasco.

Consciente de que “estamos en la batalla del relato”, este prestigioso experto opina que en este campo “están tomando ventaja los publicistas de la izquierda abertzale”. Esto ocurre en parte, dice, porque los historiadores no están preparados y en parte porque “las instituticones públicas no han apostado por apoyar el relato de la historia académica, porque siguen pensando que tan veraz es el relato de los historiadores como el de los publicistas o apologetas, y eso es un profundo error y una torpeza de miras”.

Sin medias tintas, José Antonio Pérez arremete contra la teoría de un conflicto en el que “todos hemos sufrido y hecho sufrir”. “Esa teoría es bien clara: al final, todos somos inocentes. Extender la responsabilidad de todos diluye las resposabilidades. Lo que se pretende decir es que todo esto fue un tremendo drama donde todos fuimos responsables, pero en realidad ninguno lo somos”. Pérez también es muy crítico con lo que denomina “tercer espacio” en esta batalla de la memoria y que, sin justificar a ETA, a su juicio yerra en el diagnóstico y “no entra al meollo”. “ETA contó con un sector social importante, de entre 150.000 y 200.00 personas, que defendió esas cosas y lo hizo posible con toda una red de delatores, y otro sector importante dejó hacer o miró para otro lado. La versión de lo que estamos viendo hoy nos pone también ante el espejo como sociedad: qué hicimos y qué no hicimos en aquellos momentos. Eso resulta incómodo, es muy duro para una sociedad democrática admitir que esto ha sido así, pero hay que hacerlo o no seríamos rigurosos”, concluye.

Por su parte, Xabier Etxeberria, catedrático de Ética de la Universidad de Deusto y uno de los mayores expertos en temas de víctimas y memoria, propone desterrar la lucha por el relato. “A mí me gustaría que no fuera una batalla, sino un debate. La batalla plantea ganadores y perdedores y yo quisiera que fuera un debate en el que hubiera en cierto sentido acuerdo y en cierto sentido pluralidad y, combinando ambos, podríamos llegar a un acuerdo gobal”, resume. Para alcanzar ese acuerdo, Etxeberria cree que deberían existir dos niveles. Primero, un nivel básico, en el que hiciéramos una deliberación entre todos para contar de alguna manera todos lo mismo. Ese nivel básico tendría que tener una referencia a la verdad, una referencia, para empezar, objetiva de los hechos materiales: muertos, víctimas. Después, debería haber otro acuerdo básico, aunque más delicado: hacer la verdad empírica sobre los responsables de los hechos violentos injustos. Sería complicado si se plantean hechos violetos que estaban justificados, por lo que tendremos que tener un acuerdo sobre qué es quebrantar los derechos humanos”, aclara. Tras este primer nivel básico, que Etxeberria llama “el corazón” de lo que sería una dimensión compartida de la verdad del pasado, habría un segundo nivel “de interpretación de las dinámicas de los hechos”, donde, reconoce, “es más difícil ponerse de acuerdo”. “Si tuviéramos el mínimo compartido de hacer la verdad sobre los hechos y sobre los responsables según los parámetros de los derechos humanos, aclarando lo que significa esto, no debería ser tan difícil”, matiza.

Andrés Krakenberger es un conocido activista por los derechos humanos. Exportavoz de Amnistía Internacional en Euskadi, es una de las cabezas visibles de la asociación Argituz, que recopila todas las violaciones de derechos humanos en Euskadi y recientemente ha elaborado un amplio informe sobre la tortura. “Siempre se habla de la santa trinidad, que es verdad, justicia y reparación, pero Naciones Unidas habla de cuatro principios. Falta el cuarto, la no discriminación. Aún tenemos graves deficiencias”, afirma. Según Krakenberger, los reconocimientos a las víctimas contenidos en los tres carriles de la legislación vigente -terrorismo contra el Estado, otros terrorismos y abusos policiales- son “muy asimétricos”, lo que lleva a que “toda la política que se quiere seguir en materia de memoria ha seguido la misma asimetría”. “Es lógico: si haces un reconocimiento de primera, de segunda y de tercera, vas a tener memorias de primera, segunda y tercera”, zanja.

Este activista aboga sin dudas por una tercera vía: “mirarlo con el prisma de los derechos humanos. Lo que pasó no es ni un conflicto ni solamente un problema de criminalidad común, sino una serie de violaciones de derechos humanos”, afirma. Pese al riesgo de “legitimación” de algunos hechos, Krakenberger cree que una cosa es recordar todo lo ocurrido y otra, reivindicarlo. La labor del historiador, dice, debe ser “fría, de recogida de datos y de ofrecerlos para que el dector determine las consecuencias éticas”.

En este contexto de batalla, cobra especial importancia la labor institucional. El secretario de Paz y Convivencia del Gobierno Vasco, Jonan Fernández, como es santo y seña de su actividad, aboga por buscar un “mínimo compartido”. “Pensar que hacer una política pública de memoria equivale a que todos compartamos un mismo relato o interpretación de lo que ha ocurrido es erróneo. La memoria es poliédrica y va a haber diferentes interpretaciones, pero no es objstáculo para que intentemos compartir una valoración ética y democrática mínima sobre lo que ha ocurrido”, argumenta.

Ese mínimo ético debería basarse, a su juicio, en que la utilización de la violencia, la vulneración de derechos humanos como arma política, no puede justificarse. “Considerar que ninguna causa política ni de Estado está por encima de la dignidad humana, el derecho a la vida y los derechos humanos. Eso implica reconocer la injusticia de la violencia”, concluye.

La batalla de la memoria y del relato no ha hecho sino comenzar y queda aún lo más difícil. Como también escribió el superviviente Primo Levi, “esta escasa fiabilidad de nuestros recuerdos se explicará de modo satisfactorio solo cuando sepamos en qué lenguaje, con qué alfabeto están escritos, sobre qué materia, con qué pluma: hoy por hoy es una meta de la que estamos lejos”.