bilbao - “Más allá de nuestras diferencias, siempre habrá un espacio-tiempo para la paz”. Con estas palabras, firmadas de su puño y letra, sellaban el 15 de diciembre de 1997 su reconciliación dos de los grandes genios del arte vasco, Jorge Oteiza y Eduardo Chillida, tras tres décadas de agrio enfrentamiento personal, artístico e ideológico. Un abrazo entre ambos delante de una obra del escultor donostiarra titulada, precisamente, Besarkada (el abrazo), escenificó la rúbrica de aquella paz, un gesto y una imagen que fueron interpretados en la sociedad vasca como un signo de esperanza en tiempos muy duros.
Han pasado exactamente diecisiete años desde entonces sin que ese “espacio-tiempo para la paz” y esas perspectivas de reconciliación se hayan prodigado en Euskadi. Sin embargo, la situación comienza a cambiar. Después de tres años sin la violencia de ETA, los abrazos entre diferentes, entre “enemigos” anteriores, los gestos de convivencia pública comienzan a proliferar. Incluso en el mundo de la cultura se ha vuelto a vivir un momento similar al de Oteiza y Chillida, protagonizado ahora por los escritores e intelectuales vascos Bernardo Atxaga y Jon Juaristi, que a finales de noviembre se abrazaron también, tras décadas de hostilidad, durante la entrega de los Premios Euskadi con que fueron galardonados ambos. ¿Un símbolo de los nuevos tiempos?
Este 2014 que ya agoniza ha sido, en este sentido, pródigo en gestos similares, algunos de ellos de alto valor humano y simbólico. Quizá el más impactante fue el abrazo -el acto más expresivamente humano- entre una víctima de ETA, Maixabel Lasa, viuda del que fuera gobernador civil de Gipuzkoa Juan Mari Jáuregui, e Ibon Etxezarreta, miembro del comando que lo asesinó.
Etxezarreta, preso englobado dentro de la vía Nanclares y que se ha mostrado muy crítico con la violencia, acudió durante un permiso al homenaje dedicado a Jáuregui el pasado mes de julio tras haber publicado en DNA una carta en la que pedía perdón a la familia del político socialista asesinado. Fue allí donde exetarra y víctima se fundieron en un abrazo. “Tarde, pero ha llegado. Los hemos recuperado para la convivencia”, afirmó entonces Maixabel Lasa.
El reencuentro Un gesto muy similar se había visto unos meses antes, en noviembre de 2013, con el abrazo entre Rosa Rodero, viuda de Joseba Goikoetxea, sargento mayor de la Er-tzaintza asesinado por ETA en 2003, y Carmen Gisasola, exdirigente de la organización entonces presa en Zaballa, durante el homenaje a esta víctima, al que acudió junto a otro recluso de la vía Nanclares, Andoni Alza. Un gesto que se pudo volver a contemplar en el documental El reencuentro, emitido por ETB el mes pasado, tras la puesta en libertad definitiva de Gisasola. Algunas otras actitudes entre víctimas de distintas violencias -como la iniciativa Glencree, galardonada este año con el premio René Cassin- y entre víctimas y victimarios han sido también intensas, como la vivida por Iñaki García Arrizabalaga, hijo del delegado de Telefónica en Donostia Juan Manuel García Cordero, asesinado por los Comandos Autónomos en 1980, y el exmiembro de ETA Fernando de Luis Astarloa. Ambos protagonizaron un diálogo, publicado en septiembre en este periódico, en el que revelaban que mantenían una relación amistosa nacida de los encuentros restaurativos que se celebraban en Nanclares. “Somos un ejemplo de que la convivencia es posible”, decían entonces.
Otros gestos también reveladores de un nuevo tiempo han sido la presencia en homenajes a algunas víctimas de representantes de sectores sociales y políticos contrarios ideológicamente. Así, se ha podido ver a miembros de la izquierda abertzale en actos en recuerdo a asesinados por ETA y a dirigentes de PSE y PP en homenajes a víctimas de los GAL, como Idoia Mendia -que depositó flores en la ofrenda a Santiago Brouard y Josu Muguruza- o Arantza Quiroga, que saludó a la hija del que fuera dirigente y electo de HB durante el acto de recuerdo que le tributó el Parlamento a finales del mes pasado.
¿Qué significado tienen estos gestos? El catedrático de Sociología de la Universidad de Deusto Jon Leonardo considera que son una etapa más en el proceso de pacificación y que tienen que ver con el planteamiento sobre reconciliación que propone el obispo Juan María Uriarte. “Es más que el pasar página sobre el tema de ETA; al contrario, es ir a un escalón de orden ético superior para tratar de crear un horizonte de reconciliación y encuentro”, afirma este experto. Leonardo cree que la sociedad es receptiva a estos hechos porque son “gestos que tienen un significado simbólico muy importante en la medida que generan tracción”. “Estoy convencido de que veremos más gestos de este tipo”, apunta el sociólogo, que insiste en que tienen un valor pedagógico y ético “de índole superior”.
necesidad de paz Por su parte, Rosa Rodero, una de las protagonistas de estas impactantes imágenes de abrazos entre víctimas y victimarios, cree también que se trata de gestos necesarios de convivencia. “Hay que aprender a convivir, lo que no quiere decir que estemos de acuerdo en todo”, subraya. Para esta víctima de ETA, su acercamiento a Carmen Gisasola y Andoni Alza es “un intento de seguir en este proceso hacia la paz, de comprendernos unos a otros, de seguir adelante”. “Necesitamos esa paz”, concluye.
Durante el documental El reencuentro, la propia Gisasola definía el momento del abrazo con Rosa Rodero como “muy emocionante”. “Tu dolor se funde con nuestra autocrítica, cuando te acercas a las víctimas cambia algo para las dos partes”, afirma la exmiembro de ETA.
La secretaria general del PSE, Idoia Mendia, reconoce que su presencia en el homenaje a Brouard y Muguruza tuvo “un valor y una simbología especial”. Ella tenía una vinculación afectiva familiar con el dirigente de HB -era su pediatra-, pero acudir como líder de los socialistas vascos “significó un plus”, afirma. “Fue un gesto hacia la construcción de la convivencia”, enfatiza Mendia, que insiste en que todas las víctimas deben ser “reconocidas y reparadas” porque “son iguales en el dolor”, aunque sea diferente la violencia ejercida contra ellas. “La sociedad ha sufrido mucho, aquí se ha asesinado por pensar diferente y tenemos que ser capaces de reconocer el papel que ha jugado cada uno. Todos somos parte de la sociedad y del futuro de la sociedad, y lo tenemos que construir entre todos, no en contra de nadie”, asegura. Por ello, Mendia espera que estos gestos “sirvan a la gente que está en las antípodas ideológicas, que entiendan que se puede convivir y construir juntos”.
El catedrático de Sociología e investigador social Javier Elzo considera también que estos gestos son “un signo positivo de que la idea de reconciliación está avanzando en Euskadi”. Elzo acaba de publicar un libro, Tras la losa de ETA, que concluye, precisamente, con un capítulo dedicado a los “hacedores de paz”, grupos pequeños anónimos que, en diferentes puntos de Euskadi, se reúnen “para hablar entre diferentes e incluso entre gente que han sido contrarios”. “Este es el camino”, afirma el sociólogo, “es el momento de escucharse”. Respecto a los gestos públicos, opina que “son pedagógicos sin duda, pero en su justa medida”, es decir, sin una saturación que podría ser contraproducente como puede empezar a ocurrir, por ejemplo, con la violencia de género o los suicidios de los jóvenes.
“Hay que potenciar, desde organismos oficiales y entidades privadas, el diálogo entre distintos”, concluye Javier Elzo.