El hecho de que esta misma semana haya caído el Día Internacional de los Derechos Humanos no ha supuesto ninguna alteración en los máximos niveles de intransigencia a que el Partido Popular nos tiene acostumbrados. A ellos, a los dirigentes e ideólogos (mejor, estrategas) del partido que gobierna en España, les tiene sin cuidado lo que en relación a los derechos elementales de la persona humana establezcan las más altas instituciones internacionales.

En pocos días, el Gobierno español y el partido que lo sustenta se ha ciscado en la normativa penitenciaria europea, en las advertencias de Amnistía Internacional y hasta el la propia Declaración de los Derechos Humanos por más ¨”Día” que se haya conmemorado el pasado miércoles. Sin pestañear. Sin que a Mariano Rajoy le hayan salido los colores, hasta ahí podíamos llegar. Celebrados con toda la cara los fastos del paripé 10 de Diciembre, ellos, bajo el zurriago de la mayoría absoluta que aún les dura han aprobado su “Ley Mordaza” laminando derechos nucleares de la democracia como el de libre manifestación y reunión. De la misma tacada han trampeado el acatamiento a la normativa penitenciaria europea (no van a parar hasta devolver a la cárcel a Santi “Potros”) y han vuelto a la sordera ante las denuncias que el más prestigioso organismo internacional ha vuelto a reiterar sobre la práctica sistemática de la tortura, la incomunicación de los detenidos y los malos tratos a inmigrantes.

Pero, qué le vamos a hacer, esta es herencia de la dictadura que sigue pesando como una losa sobre las espaldas de los que no acabaron de creerse lo de la transición modélica y que, incomprensiblemente, siguen favoreciendo en las urnas a quienes no han aceptado aún un sistema real de libertades. Pero este ramalazo totalitario que afecta a la calidad democrática del conjunto del Estado no solamente impera allá donde el PP manda, sino que se traduce en intransigencia, arrogancia, bloqueo y hasta desacato donde es oposición, como podemos constatarlo en Euskal Herria. El más irritante ejemplo de esta intolerancia es su actitud respecto a las víctimas, con el agravante de que al fondo no hay más que puro cálculo electoral.

El PP ha sentado el principio de que las únicas víctimas son la suyas, o sea, las provocadas por ETA. De ellas se aprovecha para retener para sí los votos de la extrema derecha, para asegurarse el apoyo mediático de la caverna y para achicar espacios a cualquier otra fuerza política que en un principio pretendiese rentabilizar también el fervor antiterrorista.

Esa estrategia es ya habitual desde que los Aznar, Mayor Oreja, Iturgaiz y el prestidigitador demoscópico Arriola decidieron chapotear en el barro del terrorismo para sumar votos. Pero esta codicia electoral ha derivado en crónica, hasta el punto de bloquear las iniciativas para la convivencia y la reconciliación que con tanto esfuerzo, tanto tacto y tan sutil dedicación están desplegando las instituciones vascas con el apoyo de la mayoría de los partidos. La del Gobierno de Rajoy es una estrategia intolerante e injusta que, por más que se plieguen a ella, coloca en situaciones penosas a dirigentes del PP vasco condenados en demasiadas ocasiones a la marginalidad por su propia incongruencia.

Negar la condición de víctimas a las familias de los asesinados por los GAL, por el Batallón Vasco Español, por la Triple A o por policías españoles incontrolados, es tan burdo, tan injusto, tan sectario, que más pronto que tarde se volverá contra los manipuladores que pretenden apropiarse de los muertos. Por esa perversa discriminación entre las víctimas buenas y “las otras”, el PP pretende instituir un permanente estado de injusticia en el que unas son reconocidas y reparadas y las otras quedan sepultadas en cal viva porque sí.

Nadie puede negar que en ambas orillas habrá cafres que siguen manteniendo que los muertos ajenos bien muertos están, pero ese reducto de inclementes va en dirección contraria al sentir mayoritario de la sociedad vasca y al sentir cada vez más amplio de las propias víctimas que van dando muestras de generosidad y tolerancia.

Sólo la insoportable y a la vez calculada intransigencia lleva al PP a la ausencia clamorosa en el acto de entrega del Premio René Cassin al “ejemplo y empatía” de las víctimas de las diferentes violencias celebrado esta semana. Sólo el más absurdo sectarismo puede negarse -como se negaron UPN y PP- a la comparecencia en el Parlamento navarro de la hermana de Mikel Zabalza, asesinado por torturas.

Sólo desde la manipulación y el fanatismo se puede pretender, como lo hace el PP y de manera inamovible, construir un relato de vencedores (ellos) y vencidos (los otros). Un relato en el que se discrimina a unas víctimas a costa de las otras. Un relato similar al resultante de la sublevación franquista, que tras haber vencido titulaba en la postguerra “caballeros mutilados” a los heridos de su bando y “putos cojos” a los del bando republicano. Van por la misma senda.