lo que le faltaba a ese país de trampa y golfería. Por si fuera poco deprimente la ristra de mangantes y corruptos que nunca acaba, ahora anda saltando de plató en plató un mozalbete que aparentemente venía siendo como un sandiós en las más altas esferas de la política, la economía y el espionaje y ahora explica sin inmutarse sus andanzas hasta que le echaron mano. O sea, en pleno chapoteo de excrementos en putrefacción política, explota el tal Pequeño Nicolás que todo lo sabe, todo lo apunta y todo lo amenaza.

Egocéntrico, narcisista, petulante y trepa supremo, el Pequeño Nicolás quizá mienta mucho, pero no parece descabellado que mediante una astuta y complicada trama de contactos el chaval ha pisado terrenos normalmente vedados, hasta el punto de que ha podido llegar hasta la cocina según lo prueban los abundantes y sorprendentes selfies que exhibe... ¿Al servicio de quién? Al servicio de sí mismo y de su insaciable megalomanía, parece ser. Paso a paso, conocimiento a conocimiento, confidencia a confidencia, cree haber llegado a ser persona importante.

Por supuesto, en cuanto ha estallado el petardo, los aparatos del Estado entre los que el presunto estafador parecía moverse como pez en el agua, se han apresurado a desmentirlo todo. Pero quedan aún muchas dudas que aclarar para demostrar ante la opinión pública que no tiene ni pies ni cabeza que las más altas instituciones del Estado hayan escogido al jovenzuelo Nicolás para, por ejemplo, solucionar la imputación de Cristina de Borbón mediante pacto con Manos Limpias, o llevar a cabo la negociación de Eurovegas con Adelson, o el 9-N catalán con los Pujol. Por supuesto, nada de parece ser verdad pero merece una reflexión el nulo nivel de confianza de la ciudadanía en las instituciones como para que hayan colado semejantes embustes.

Al Pequeño Nicolás le bastó alardear de sus contactos exagerando su grado de confianza con ellos y así, haciéndose pasar por quien no era, tejer una tupida red de influencias e improvisar mediaciones haciéndose pasar por enviado de cada una de las partes para negociar. Y colaba.

Pero una cosa es constatar el tocomocho del muchacho, presente de manera casi ubicua en eventos, bambollas, conferencias y ceremonias, y otra que todavía nadie haya dado una explicación coherente sobre hechos que superan la mera calificación de estafa.

El primero de ellos, la constatación de que el Pequeño Nicolás tenía acceso a los pinchazos telefónicos, como confirma Miguel Bernad, responsable de Manos Limpias, en los encuentros que tuvo con el supuesto enviado de la vicepresidenta del Gobierno para que retirase la querella contra Cristina de Borbón “por el bien de España”. Francisco Nicolás Gómez le dio detalles hasta de conversaciones telefónicas que Bernard había tenido con su madre y, para que no faltase de nada, le ofreció una escolta del CNI tanto que durante un tiempo el querellante reconoce que estuvo escoltado. ¿Por quiénes? ¿Pertenecían al CNI, o eran contratados por el tramposo? ¿Se trataba de un alarde para impresionar, como tantos otros?

Alguien tendrá que explicar por qué el chaval usaba coches oficiales de alta gama, llevaba escolta y hasta utilizaba luces y sirenas aparentemente policiales. Esos vehículos, incluso los escoltas, podían perfectamente haber sido alquilados por su cuenta, pero está confirmado que al menos estuvieron a su servicio un policía municipal y un chofer del equipo de Ana Botella.

Quedan muchos otros flecos por aclarar, como quién le proporcionó el número privado de teléfono del ex Rey, quién le hizo llegar la invitación para la proclamación del nuevo Rey, quién y por qué le invitaba a reuniones con empresarios y a actos políticos de trascendencia. Habrá que averiguar si de verdad era invitado, o simplemente se iba colando en omnipresente postureo hasta que su presencia se hizo de alguna manera habitual y normal.

Francisco Nicolás Gómez Iglesias, se verá al tiempo, ha sido el nuevo Rinconete infiltrado en las altas esferas del poder político y económico español gracias a sus extraordinarias dotes de sociabilidad, a su astucia, a su habilidad y a su irrefrenable fantasía egocéntrica. Todo ello implica una mente privilegiada al servicio del ansia de trepar en el prestigio social, que quizá entre en el campo de la patología.

Al margen de este episodio grotesco, uno más, lo que ha quedado demostrado es cómo funcionan los hilos del poder político y económico en la España cañí, que en ese país lo más importante es tener buenos contactos y que usando con habilidad los nombres adecuados por la vía de la trampa y de la picaresca se puede llegar a lo más alto. Hasta ahí ha llegado el Pequeño Nicolás, y aunque dura será la caída, mientras tanto va forrándose en los platós y que le quiten lo bailado.