Dice la consejera Uriarte que hay que acercar la lengua vasca a los inmigrantes y -en respuesta a una pregunta- aclara que se refiere a quienes proceden de otros países o de otras comunidades autónomas. Pues bien, resulta que algunos políticos y sindicalistas han encontrado en esas palabras un buen motivo para meterle el dedo en el ojo a la consejera: la acusan de dividir a la sociedad y discriminar en función del origen; y le exigen que rectifique.
Siempre me he considerado inmigrante; he vivido 44 años pensando que lo soy. En realidad, en casa no decimos inmigrante sino emigrante, porque nuestra referencia, la de mi familia, es Salamanca, la ciudad de la que procedemos, la más hermosa de las españolas. Siempre nos hemos considerado emigrantes, porque de allí emigramos, a finales del verano de 1970. Pero por lo visto estábamos equivocados; durante los 44 años que llevamos aquí, a una y otra orilla del Nervión, hemos debido de vivir en el error.
Como seguramente saben los lectores de esta columna, en general no tengo mala opinión de los políticos. Pienso que en los partidos hay gente bien formada, valiosa, capacitada, gente que piensa las cosas dos veces antes de decirlas, y más de dos si han de ponerlas por escrito. Pero no es fácil estar a todo; es complicado estar al día en tantos asuntos como han de tratar en debates e intervenciones públicas un día sí y al otro también. Y no, nadie es perfecto.
Por eso, aunque no le tenga demasiada confianza, he acudido a la Real Academia Española. Y su diccionario dice, en la tercera acepción de la palabra, que emigrar es “abandonar la residencia habitual dentro del propio país, en busca de mejores medios de vida”. Como es natural, define emigrante como el “que emigra”. En definitiva, que en casa no estábamos equivocados, cosa que me tranquiliza, porque he andado un tanto desasosegado con la incertidumbre de no haber sido lo que siempre había creído ser. Es como si de repente a uno le dijesen: “mire usted, quizás piense que es biólogo ¿no? Pues no señor; usted no es biólogo, en realidad es tarotista.” O algo por el estilo.
En resumidas cuentas, la consejera Uriarte ni mantiene tensiones, ni divide a la sociedad vasca, no desde luego por considerar inmigrante a un servidor. Tampoco hace discriminación entre vascos autóctonos e inmigrantes españoles, porque discriminar -volvemos a la RAE- es “seleccionar excluyendo” y “dar trato de inferioridad a una persona o colectividad por motivos raciales, religiosos, políticos, etc.” Y Uriarte no ha hecho ni una cosa ni la otra, lo que ha hecho ha sido diferenciar a los adolescentes procedentes de fuera del País Vasco de la población aquí educada. Y la razón para ello no solo es lógica, es además impecable: se trata de facilitar su adaptación a la vida en la sociedad vasca ayudando, a quienes interese, a aprender el vascuence. Y por cierto, a esos efectos -que son los que interesaban a la consejera- ir de Ondárroa a Vitoria es irrelevante; pero venir de Salamanca a Bilbao no lo es.
Es curioso, Cristina Uriarte, en su comparecencia, mostró interés por acercar el vasco a los adolescentes venidos a Vasconia de otras tierras, por facilitar su integración. Pero el reproche a la consejera no sólo prescinde del objetivo que persigue aquélla; tiene, además, una connotación perversa, pues refleja la consideración que tienen de los inmigrantes quienes hacen el reproche. Pues solo a quien piensa que aquéllos merecen inferior consideración que los autóctonos puede parecerle discriminatorio que se establezca una distinción entre ellos.