DONOSTIA - "Me he podido quitar la espinita que me quedó con la Diada del año pasado". La cadena humana que recorrió ayer Euskal Herria desde Durango hasta Pamplona tuvo más de 100.000 caras diferentes. La de Meritxell Plensa (Barcelona, 1977) es una de ellas. En Errenteria desde hace cerca de seis años, comparte "los mismos valores que los euskaldunes, soy medio-euskaldun a falta de un poco de euskera (ríe) y lo que deseo para Catalunya deseo para Euskal Herria". Ayer se quitó la "espinita" de no haber podido acudir a la Diada del año pasado, que cruzó Catalunya desde Perpinyà hasta la Comunitat Valenciana.
En el kilómetro 95, -no en el 109 que la organización había reservado para los catalanes que se desplazaron hasta la localidad navarra de Itza-, Plensa unió sus manos a las de su pareja y a las de amigos de su cuadrilla. Entre estos, "la María", otra catalana, de Valls para más señas, que hace cerca de diez años se mudó a Gipuzkoa. Ninguna de las dos, se lamenta, pudo ir a la cadena humana de la Diada: "¡Tampoco pudo ir! Su familia, además, fue a cubrir el Delta del Ebro porque en esa zona no había gente suficiente. Lo vivieron muchísimo. Para María es otra espina clavada".
De camino al espacio festivo de Etxarri-Aranatz, Plensa -responsable de uno de los más de 60 autobuses que partieron a las 8.30 horas desde Donostia- se encontró con sus suegros y parte de la familia de su pareja, que fueron los que le introdujeron el gusanillo: "Yo lo veía siguiendo un poco lo de Catalunya. Al final también conocí a más gente y vi que tenía que hacer algo".
Llegó a Euskadi hace seis años, en cierta medida, sobre seguro: "Conocí a mi pareja en Barcelona y vine por él. Vivimos varios años en Girona y luego él quería volver y yo conocer Euskal Herria".