La dimisión de Enrique López, el motorista ebrio que ejercía en el Tribunal Constitucional de juez, ilustra hasta qué extremo el Estado español reposa en unas manos, como poco, inconscientes, y en el que ninguna institución de alto nivel se salva del desprestigio. Es la historia de un naufragio donde sus restos pretenden perpetuar los modos de ser y estar pese a que todos aquellos consensos perpetrados al albur de enterrar cuatro décadas de ordeno y mano han saltado por los aires, y haberse descosido las estructuras prefabricadas con el único fin, allá por 1978, de tener a [casi] todos contentos. Lo constata el anhelo de la "España unida y diversa" que pretende el heredero Felipe VI, proclamado en menos que canta un gallo y envalentonado por el rancio bipartidismo monárquico antes de que su anemia en las urnas distorsione sus pretensiones. Afirmaba el filósofo Daniel Bensaïd que la política es "el arte estratégico de la coyuntura y del momento propicio", de saber aprovechar aquellos lances abruptos de la historia en los que el suelo se abre bajo los pies mostrando un abismo que puede resultar tan negro como resplandeciente, y en los que la escala Ritcher social sacude al sistema con una fuerza sismográfica violenta. No parece que sepan estar a la altura de las circunstancias.

Ha bastado, como narra la calle, un tío con coleta y el despertar tricolor para exponer el tiempo de grandes turbulencias donde, para empezar, el modelo territorial fraguado para el café para todos se exhibe exhausto y sin soluciones de parangón, con Catalunya y Euskadi reclamando un estatus jurídico y político diferenciado, su derecho a decidir. El primero de los handicaps que encarará la segunda Transición al volante, desconocido, de Felipe de Borbón, será precisamente el entramado catalán, donde, por mucho lavado de cara en la Corona española, la consulta prosigue adelante con la vista puesta en el 9 de noviembre, como advirtió Artur Mas nada más abdicar Juan Carlos I. Meses donde la pulsión ciudadana, y no digamos el próximo 11 de septiembre, regirá los destinos del proceso, en el que volverá a inmiscuirse el absolutismo del PP y posterior dictamen del TC, con elecciones plebiscitarias como siguiente estación. Los guarismos del pasado 25 de mayo anuncian el escenario: si el president sale trasquilado, el liderazgo lo conducirá ERC en un Parlament híper soberanista fruto de una mayoría social que pide la palabra y un Estado propio. A buen seguro que el hijo del monarca jubilado ha olvidado las palabras que pronunció el 20 de abril de 1990 en su primera visita oficial a tierras catalanas: "Catalunya será lo que los catalanes quieran que sea". Demasiado contenido para, ahora, llevarlo a la práctica -pensará-. Más cerca, aunque con un ritmo más pausado, la Cámara vasca acaba de aprobar una declaración proclive al derecho de autodeterminación y requiere de Madrid la audacia necesaria para allanar el horizonte sin violencia y la demanda de perfilar otro encaje de autogobierno.

desafección social El boceto presente no se aleja mucho de la desafección social que se produjo en 1915 y que dos años después entró en erupción. Ha sucedido con Podemos, formación ignorada hasta el recuento reciente de papeletas y que ha situado al esquema bipartidista por debajo del umbral del 50% de respaldo por vez primera en la democracia. Si el PP ha preferido no darse por enterado, el PSOE es un funeral perpetuo a la búsqueda de un líder carismático que les rescate de galeras, a donde ha sido empujado incluso por sus fieles, allí y acullá, excepto en su feudo andaluz. Amortizado hace tiempo Pérez Rubalcaba, en el once inicial para alisar el traspaso de poderes real sin objeciones, marchita el socialismo en añejas campas fértiles como la catalana y la vasca, y lo peor, con la militancia tragando bilis con las decisiones de la cúpula a cuenta del republicanismo. La izquierda, aunque fragmentada, se posiciona al frente a un año de comicios municipales, autonómicos y, luego, generales, vaticinando un hemiciclo atomizado y puesto en pie. Si el de Iglesias, Pablo, no obedece a un fenómeno pasajero -un reciente estudio señala que mantendría gran parte del suelo cosechado más el que pueda sumar de la abstención-, no es descartable que el bando antimonárquico cristalice al no estar ya hipotecado por las restricciones que llevaron a los partidarios de este modelo a sacrificar sus convicciones en aras de la convivencia. Por imprevistas y descoordinadas, no han sido anecdóticas las concentraciones habidas a lo largo de la semana exigiendo que sea el pueblo quien dirima la suerte de su porvenir y de los inquilinos de La Zarzuela. O lo que es igual, el deseo de dejar de ser súbditos para erigirse simplemente en ciudadanos.

la situación 'real' Allí, donde habita la Familia Real, se han precipitado los acontecimientos. Y nunca mejor dicho, porque miente ahora el rey cuando desvela que su renuncia la decidió el pasado 5 de enero, en su 76 cumpleaños, o lo hizo en su discurso de Nochebuena, cuando expresó su "determinación" de continuar trabajando de acuerdo a su función constitucional pese a sus pases por quirófano y pérdida de confianza de la sociedad en su institución. O fue aquello una verdad a medias, que es lo mismo que una falacia.

Mientras en su retiro dorado -el diario The New York Times o la prestigiosa lista Forbes sostienen que el monarca se marcha con una fortuna personal cifrada en unos 1.700 millones de euros- se puede dedicar a sus hobbies, la caza de elefantes en Bo-tsuana y las relaciones íntimas con amigas como la princesa alemana Corinna, entre otros -de no mediar un deterioro de salud que en su entorno de momento niegan-; su hijo se afanará estos días en cuidar su puesta en escena junto a su esposa, la periodista Letizia Ortiz, para subir al trono. Y en esperar la resolución del magistrado José Castro respecto al caso Nóos, la trama que tiene contra las cuerdas, a un paso de la cárcel, a Iñaki Urdangarin, marido de la todavía infanta Cristina, cerca también de ser procesada. Su imagen bajando de un coche en la cuesta que conduce a los juzgados de Palma el pasado 8 de febrero para prestar declaración por la red clientelar de corrupción, en la que el socio del exjugador de balonmano, Diego Torres, implicó a Juan Carlos I, es una imagen tan difícil de digerir para la Corona como de olvidar para sus conciudadanos.

El pasado 20 de mayo, la Agencia Tributaria de Catalunya confirmó que fue Urdangarin quien actuó "con engaño" ante Hacienda para defraudar 337.138 euros en las cuotas del IRPF correspondientes a los años 2007 y 2008, y no las empresas que le retribuyeron por servicios de asesoría. Y es éste uno solo de los capítulos de este largometraje con demasiados tentáculos.

Hará falta más que el lavado de imagen y quilates de maquillaje para sofocar los síntomas de fatiga de la monarquía desde octubre de 2011, cuando el Centro de Investigaciones Sociológicas le otorgó un inédito suspenso, con una nota de 4,89, que se precipitó hasta el 3,68 de abril de 2013, después de un periodo en el que el CIS incluso dejó de preguntar por ella en los sondeos ocultando el malestar de la calle. No colma la nueva ley de transparencia ni una más detallada de los Presupuestos anuales, sin llegar al grado de monarquías como la británica, donde sí se informa de cada una de las partidas satisface. Un personaje que se jacta de conocer los adentros de La Zarzuela, Jaime Peñafiel, no se ha cortado al asegurar que en esta precipitada abdicación -con la reina de viaje en Nueva York y el hijo de regreso de El Salvador, amén de las agendas concertadas de los principales estamentos - "algo ha debido suceder que no entendemos, que nunca se ha explicado". Más leña al fuego en la hoguera de una ciudadanía que sale, pancarta en mano, a solicitar un referendo donde poder decantar sus aspiraciones [o no] de republicanismo.

¿separación de poderes? Para más inri, a este maremágnum de situaciones que tienen al Estado español, como quien dice, patas arriba, se une la cuestionada separación de poderes, donde el color político determina resoluciones judiciales de figuras colocadas precisamente por su ideología, lo que empujó incluso al Govern a la recusación de varios miembros del TC que se pronunciaron en contra de la declaración soberanista. Cascada de nombramientos partidistas que configuran una especie de partitocracia que hace posibles esperpentos como el citado del juez conservador Enrique López, que cuadruplicaba la tasa de alcoholemia en su motocicleta por "problemas personales". No es la excepción -recuérdese lo acontecido con Esperanza Aguirre- en la larga lista de cargos que al amparo de la impunidad han saltado a la palestra.

La multiplicación de casos de corrupción en casi todos los espectros políticos, del Gürtel a los ERE andaluces, pasando por el emblema Bárcenas o acabando en el Palau o en las amistades peligrosas del presidente gallego, Núñez Feijóo, por citar algunos de los que ocupan las portadas. Y ante todo, al otro lado de la barrera, los obstáculos de fondo que atañen a la crisis y sus seis millones de desempleados, el desmantelamiento del denominado Estado Social o el ataque a las libertades individuales y colectivas que conciernen desde la afectación a la mujer en primera persona, al impedimento al recurso de la vía judicial por su elevado coste.

El próximo 19 de junio arrancará, en unas Cortes idóneas para la ocasión antes de que presenten otro aspecto, el reinado de Felipe VI, después de que, como subraya Isidro López, integrante del Observatorio Metropolitano, "se haya movido la primera ficha, primera bala que se tiene en la recámara desde hace tiempo, la de cambiar para que nada cambie". Lo que en el prólogo democrático se definía como tenerlo todo "bien atado". ¿La reforma constitucional? No toca, no es hora. Nunca hay reloj. Sobrevivan con los restos del naufragio.