La jornada de ayer ofreció novedades más importantes de las que se esperaban. Sobre todo en España, donde el bipartidismo (PP-PSOE) queda muy tocado. Su hegemonía se ha derrumbado por fuerza de un voto que clama por una regeneración. En la CAV la foto es estable. En Navarra, el PP se beneficia de la ausencia de UPN, mientras la incomparecencia de Geroa Bai ha llevado a una gran dispersión de lo que puede ser su voto potencial. En el conjunto de los territorios vascos del Norte y del Sur, las candidaturas del PNV han ganado estas elecciones.
Desde un punto de vista general, tras estas elecciones quedan todavía incógnitas relacionadas con la conformación de las instituciones comunes europeas para el siguiente lustro. Establecida su conformación, el Parlamento elegirá, a propuesta del Consejo, al presidente de la CE. En la medida en que los grandes grupos parlamentarios funcionan habitualmente como correas de transmisión de los intereses de los estados, habrá que esperar a que se realice el proceso de investidura para conocer si el ejercicio por la asamblea de dicha facultad acaba teniendo un carácter más sustancial que aparente. Importante cuestión, ya que si el Parlamento mostrara interés en ejercitar un papel de equilibro frente al poder de los estados, el sistema institucional podría ganar en control democrático y credibilidad social.
Dentro de un marco en el que predomina la abstención, es posible que la expectativa creada por la campaña de los presidenciables haya podido neutralizar la predisposición de algunos pocos votantes a abstenerse. En Euskadi, el debate ha sido interesante. De ahí puede venir el leve repunte. El PNV ha rescatado a Agirre refundándola sobre sus valores originales. EH Bildu ha movilizado a un electorado alter-europeo.
Con todo, la alta abstención es ya un distintivo de las elecciones europeas. Hay una caída clara del europeísmo como identidad. La crisis económica, el enfado con las políticas públicas, atribuidas a Bruselas, seguro que se tienen por buenas razones para escaparse de votar. La falta de crédito en unas instituciones que no se sabe a quién rinden cuentas, puede ser otro factor a tener en cuenta. Esto no tiene porqué ser euroescepticismo. Es una cierta desconfianza ante la lejanía y el funcionamiento de los poderes de la Unión. Y, aunque para muchos este déficit podría resolverse mediante reformas institucionales, otros siempre recelarán de las políticas públicas decididas a tanta distancia.
Para evitarlo, una vez celebradas las elecciones, la cuestión europea no puede quedar solo en manos de los estados y Bruselas. Europa no debe ser una estructura político-burocrática frente a una ciudadanía que vive bajo su tutela. Por eso, con la nueva configuración del poder político no se cierran las posibilidades que este ciclo ofrece para seguir construyendo Europa. Europa se edificará territorio por territorio, desde abajo, a partir de las personas y los pueblos. A partir de mañana, por lo tanto, hay tarea. Se puede optimizar la integración democrática con el proyecto europeo activando la llamada gobernanza multinivel, con las diferentes escalas de la administración interconectadas a través de los principios de cooperación y subsidiariedad, para "construir Europa en asociación"y buscando una asociación horizontal con la sociedad civil. El futuro es europeo, y nos pertenece. Pero, el éxito de esta aspiración europea solo se podrá verificar desde casa, si Europa está abierta a la participación de todos y si conseguimos que sea un proyecto que sugestione a la mayoría de la sociedad.