El 9 de mayo de 1950 Robert Schuman, ministro francés de Asuntos Exteriores, anunció la creación de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero. Esta declaración es generalmente reconocida como la partida de nacimiento de las Comunidades Europeas, convertidas en Unión Europea en 1992 con el Tratado de Maastrich.

Iniciaba Schuman su declaración afirmando que la paz mundial no puede salvaguardarse sin unos esfuerzos creadores equiparables a los peligros que la amenazan. Lo que demuestra, por una parte, que la prioridad de la sociedad europea era evitar la guerra, fenómeno que había acompañado a distintas generaciones durante décadas y, por otra, que se necesitaba mucha creatividad para superar una situación compleja en extremo tras la última contienda mundial que había dejado más de 50 millones de muertos.

Hoy la situación es distinta, aunque no menos compleja. Europa inicia el camino de una recuperación económica débil, llena de incertidumbre, y con una losa de incalculables consecuencias: más de 25 millones de parados y una cifra de desempleo juvenil colosal que oscurece el porvenir de la propia sociedad europea. Con una pirámide demográfica envejecida, una falta de competitividad preocupante y una atmósfera de fragmentación creciente los partidos populistas, euro-escépticos y xenófobos se preparan para hacer su agosto en las elecciones al Parlamento Europeo del 25 de mayo.

La paz mundial, decía Schuman, requiere de esfuerzos creadores equiparables a los peligros que la amenazan. Esta máxima sigue siendo de plena actualidad, no hay más que volver la cabeza hacia Ucrania donde la creatividad de la diplomacia europea ha brillado por su ausencia. Pero no sólo debemos ser creativos e innovadores sino estar convencidos de que la superación de los problemas, entre ellos el del desempleo, la pobreza extrema o el abastecimiento energético sólo pueden proceder de ámbitos superiores a los del estado-nación. Este último concepto y su papel deberían ser objeto de revisión una vez se ha constatado su incapacidad para diseñar en solitario el proceso de integración europeo.

Desde la realidad de Euskadi, la consolidación del proyecto europeo no debe suponer la desaparición ni la reducción de los espacios políticos más cercanos a los ciudadanos si no que debe implicar una mayor cooperación, de manera que, juntos y en aplicación del principio de subsidiariedad, puedan aportar soluciones a los problemas de los ciudadanos al tiempo que se reconocen y se respetan sus identidades colectivas. La solución al desempleo, al envejecimiento poblacional, a la precariedad energética que nos hace depender del exterior y, en definitiva, a la creciente falta de competitividad de la economía europea no podrá venir de la fragmentación y el repliegue interno que algunos proponen.

Cosa distinta es que la UE necesite con urgencia de una reforma en profundidad. Charles de Gaulle dijo que nada dura si no es incesantemente renovado. Así, las políticas de austeridad que condenan a muchos ciudadanos y a la sociedad europea a un estancamiento indefinido deben ser sustituidas o, en el peor de los casos, combinadas con políticas que promocionen la actividad económica y el empleo. Al tiempo, tras las competencias en materia financiera recibidas por las instituciones europeas se hace necesario seguir avanzando en la limitación a los movimientos especulativos y poner el sistema financiero al servicio de la economía real. La participación de las instituciones vascas en el Consejo ECOFIN, en coherencia con las competencias reconocidas por el Concierto Económico, debería orientarse hacia dicho objetivo.

Urge asimismo la articulación de una gobernanza que permita la participación efectiva de los diferentes niveles institucionales y de los ciudadanos en la construcción de la Europa del futuro. La realidad nacional vasca demanda vías efectivas de participación y su reconocimiento en Europa. Resulta inaplazable una gobernanza más ágil, más eficiente y más próxima a los ciudadanos que permita colocarles en el centro de la integración europea.

En todos estos aspectos y en algunos otros, la Unión debe ser fuente de soluciones como lo fue tras su fundación. Si no se dan soluciones, las instituciones dejan de tener sentido para los ciudadanos. Y las instituciones políticas no duran si no son útiles, si no aportan soluciones.

Es hora de reclamar y trabajar por estas soluciones. La protección del modelo social europeo requiere de compromiso, esfuerzo y, como apuntaba Schuman, de una imaginación a la altura de los retos que afrontamos. Esto sólo podrá conseguirse a través de un modelo político europeo participativo que nos dirija a la senda de un crecimiento inclusivo y sostenible que nos permita volver a mirarnos en el espejo.

Como ya dijera el lehendakari Agirre, "nuestros problemas sólo podrán tener solución dentro de Europa". La primera oportunidad será dentro de quince días.

Dtor. de Asuntos Europeos del Gob. Vasco