A decir verdad, no hubo novedades de mayor calado en los discursos nacionalistas de Aberri Eguna, nada más allá de lo previsto en una jornada de reafirmación abertzale. Sin embargo, una semana después no ha habido día en el que el modelo de Estado no haya estado en el centro del debate político y mediático.

Como de costumbre, el discurso oficial y la opinión publicada han pasado como sobre ascuas por las dos convocatorias de la izquierda abertzale -Larresoro e Iruñea- sin más menciones que las referentes al orden público y a los detalles de la parafernalia. Ni siquiera el habitual e insustancial comunicado de ETA ha merecido mención en las portadas de los medios estatales.

Lo único que ha merecido comentario gubernamental ha sido el discurso del lehendakari, Iñigo Urkullu, en relación al nuevo estatus para Euskadi que reclamó en Bilbo. Un comentario, el del ministro de Relaciones Exteriores, José Manuel García Margallo, que se quedó en las ramas sin tocar el árbol.

Apeló el lehendakari al diálogo hasta lograr una relación de bilateralidad con España, argumentando para ello la voluntad mayoritaria de Euskadi para constituirse en Estado propio en el concierto europeo. García Margallo hizo abstracción de los pasos hacia el modelo confederal propuestos por Urkullu y se centró en su reivindicación del diálogo, para así dar una cierta imagen de tolerancia y civismo en contraste con las intemperancias habituales del ministro del Interior, que suele ser quien se ocupa de estos temas.

El ministro hizo como que recogía el guante y aceptó "un diálogo leal". Aseguró que "el Gobierno está dispuesto a dialogar, pero dentro de la ley". Y para que no quedasen dudas, dejó claro que "la soberanía reside en el pueblo español y la base es la indisoluble unidad de España". Y como garante de esa unidad, el Ejército. Diálogo, pero dentro de la legalidad; la suya, por supuesto.

El "gesto civilizado" del ministro español propone lo que Mayor Oreja, de haber estado en otra órbita, hubiera calificado con propiedad un "diálogo trampa" porque ese diálogo no puede tener otra consecuencia que el portazo ya sea de la mayoría bipartidista en el Congreso, ya de la mayoría bipartidista en el Tribunal Constitucional.

El diálogo aceptado por Margallo tiene trampa, como tiene trampa la vía de la reforma constitucional que recomiendan a Artur Mas tanto el Gobierno español como el primer partido de la oposición. Como son mayoría (PP+PSOE), se permiten la fanfarronada y animan a vascos y a catalanes a abrir una puerta que saben permanecerá cerrada a cal y canto.

Es una desvergüenza, a estas alturas, proclamar disposición al diálogo y mantener sacralizado por conveniencia y para siempre un texto que se aprobó en 1978 firmado entre el miedo al ruido de sables y la urgencia por hacer posible la toma legalizada del poder. Un texto recosido con hilvanes para contentar a los poderes fácticos, a sabiendas de que dejaba en el aire un futuro de frustraciones.

Aquellas definiciones provisionales y ya trasnochadas que constituyeron la tan elogiada Transición española, treinta años después saltan por los aires ante el debate abierto en comunidades como Euskadi y Cataluña, cuyas mayorías sociales tienen muy claro que no es posible dialogar con las cartas marcadas del adversario. No pueden venir ahora proponiendo una reforma de la Constitución como la que ofrece Rubalcaba hacia el federalismo. Cualquier reforma de la Constitución que se planteara, nunca iría a favor de las reivindicaciones catalanas o vascas. Ellos mismos, PP y PSOE, se encargarían de echarla abajo.

La realidad es que a medida que el tiempo ha ido avanzando y cambiando las realidades sociales, económicas y políticas, cualquiera de esas propuestas de diálogo trampa llega tarde, porque la necesidad de cambiar el modelo de Estado ya está mayoritariamente interiorizada tanto en Euskadi como en Cataluña, con las diferencias de ritmos y calados en ambas comunidades. Digan lo que digan y hagan lo que hagan los tramposos, cada una de ellas ya ha impulsado el debate de forma imparable, en forma de consulta los catalanes, en ponencia parlamentaria los vascos.

Los discursos abertzales de Aberri Eguna han dejado también claras las diferencias entre el PNV y los integrantes de EH Bildu en relación al logro de la soberanía. La izquierda abertzale insiste en que el "diálogo, negociación, acuerdo y ratificación" que proponen los jeltzales no es más que un método de trabajo pero sin aclarar a dónde quiere llegar el PNV. Por su parte, EH Bildu reivindica la independencia y apela a los pasos unilaterales dados por Cataluña, pero no aclara más metodología a seguir que la desobediencia civil y la insumisión, actitudes poco avaladas por el acatamiento a la Ley de Símbolos española.

Esperemos que el diálogo entre vascos para decidir libremente nuestro futuro no esté condicionado por la trampa, ni por la violencia, ni por la intransigencia.