arsen Avakov, el ministro de Interior del Gobierno de Kiev, personifica como nadie el intrincadísimo arabesco de la realidad social ucraniana: hijo de un oficial ruso del Ejército de la URSS, nació en 1964 cómo ciudadano soviético en Bakú -capital del Azerbaidján, poblado por un etnia iraní-, se crió en Charkiv, ciudad del Este ucraniano que es zona étnica y lingüísticamente rusa y se dedica ahora en cuerpo y alma a sofocar justamente el separatismo de sus conciudadanos de esa parte de la República.

Pero hay más. Si Avakov es representativo del país desde un punto de vista étnico, nacional y hasta patriótico, su currículo personal es arquetípico de las actuales clases dirigentes de los países surgidos de la desaparecida Unión Soviética.

Ingeniero de profesión, aprovechó la corrupción de la era Yeltsin para hacer pingües negocios a caballo del paso del sistema de dictadura "nomenclatura" comunista a la dictadura de los abusos administrativos; la mayoría de los imperios financieros nacieron del nepotismo imperante en el proceso de privatización de las empresas estatales soviéticas.

Avakov no renunció nunca a ese maridaje de los negocios con el poder político corrupto. Con una fortuna que se le calcula rayana en los 75 millones de euros, el hombre se lanzó a manipular la política desde detrás de las bambalinas, pero invirtiendo generosamente.

Así, dirigió y financio en el 2004 en Charkiv la campaña electoral de Victor Yanushkenko (el victorioso dirigente de la "revolución naranja"). La jugada le salió redonda y fue gobernador de Charkiv.

Avakov no se atrevió a cambiar de bando en el 2010 y siguió militando entre los enemigos de Yanukóvich presentando su candidatura a la alcaldía de Charkiv, la segunda ciudad mayor de Ucrania, y fue derrotado por el candidato de este último.

Esa empecinada oposición a Yanukóvich, junto con su implicación financiera en el acoso a este, le ha dado a Avakov un papel estelar en la política del actual Gobierno de Kiev. Escogió el muy peligroso cargo de ministro de Interior -peligroso porque obliga a dar la cara y los fracasos no se pueden ocultar- porque es una de las poquísimas instituciones del Gabinete de Kiev que posee un poder real. Pero es un poder disputado y envenenado. Ha de dar la impresión de que defiende enérgicamente la revolución anti Yanukóvich, pero sin hacerse del Kremlin y los oligarcas de Ucrania Oriental unos enemigos mortales. Sabe que a la larga -¡y a la corta!- tendrá que convivir con ellos, tanto más cuanto que en sus propias filas son cada vez más fuertes las voces que le acusan de haber traicionado la revolución occidentalista y ser el hombre que dio la orden de disparar contra militantes de la derecha ultranacionalista ucraniana durante los días tensos del bloqueo de la Plaza de Maidan en Kiev.