esta semana hemos sido testigos de una entrevista televisiva al presidente del Gobierno, Mariano Rajoy. Dada su poca predisposición a conceder entrevistas, algo comprensible debido a la incomodidad que demuestra ante las preguntas en directo, que hayamos tenido la oportunidad de presenciarla ya es suficiente noticia. Eso sí, si algún iluso esperaba algo realmente noticiable del contenido de la entrevista, seguramente habrá quedado decepcionado. Rajoy en ningún momento se salió de su guión preestablecido y no se movió un solo ápice de las posiciones mantenidas anteriormente, con argumentos archiconocidos. Si en algún momento su entrevistadora, Gloria Lomana, lógicamente interesada en darle un poco de chispa a su diálogo con un entrevistado absolutamente plano, pretendía incidir en algún tema candente pidiéndole un mayor grado de compromiso, se encontraba siempre ante la misma respuesta: "no adelantemos acontecimientos".
Ni la cuestión vasca, ni la catalana, ni el aborto, ni ninguna otra escaparon del discurso monolítico de Rajoy. Curiosamente, en la única cuestión que sí se mojó, se atrevió a adelantar acontecimientos y dejó un titular para la posteridad fue en el de la imputación de la infanta Cristina a quien auguró que las cosas le van a ir bien. Fue precisamente ante la pregunta más fácil, a la que debería haber contestado simplemente que es una cuestión que se encuentra sub-iudice y que por respeto al poder judicial no se iba a pronunciar. Rajoy, pues, no supo en la entrevista ejercer de presidente ante las cuestiones que preocupan a los ciudadanos y ciudadanas, pero ejerció perfectamente de súbdito ante la cuestión que preocupa a su soberano.
Quien sí se ha mojado de verdad, aún a riesgo de lo que le venía encima ha sido Juan María Uriarte, que ha abogado públicamente, en otra entrevista emitida por Onda Vasca, por la necesidad de abordar la reconciliación y de sentar sus bases en la sociedad vasca. Como es habitual, aquellos a quienes les señalan la luna pero siempre se quedan mirando el dedo, han puesto en la diana a Uriarte. Y es que da igual lo que diga. Juan María Uriarte, al igual que José María Setién representan para el sector más cavernario las cabezas de una Iglesia vasca a la que acusan, entre otras lindezas, de haber legitimado e incluso creado a ETA. En Euskadi, ese supuesto papel ha sido atribuido a políticos abertzales o incluso a los cocineros en el colmo del esperpento. Pero fundamentalmente aquellos dos obispos han sido situados en la cúspide de ese supuesto entramado. Es el precio que tienen que pagar por no compartir el discurso cavernario, que ha sido, durante mucho tiempo el oficial. El precio por no haber agachado la cabeza antes quienes pretendían borrar de la faz de la tierra cualquier manifestación de la identidad vasca. El precio por no representar a una Iglesia arcaica y basada en el castigo y la venganza eternos. El precio de predicar el perdón y la reconciliación, incluso en medio de la mayor incomprensión, tal y como también lo han hecho en otras latitudes bien lejanas otras personas elevadas a la categoría de héroes mundiales incluso por los mismos integrantes de esa caverna, curiosidades que nos ofrece la vida. Rajoy y Uriarte. Dos ejemplos muy evidentes de dos maneras muy diferentes de actuar. Hay quien camina bajo un chaparrón sin que, pase lo que pase, le salpique una sola gota de agua y hay quien se moja pase lo que pase, con todas las consecuencias. Un consejo: nunca se fíen de los primeros.