LA convocatoria de la consulta en Catalunya ha causado un revuelo muy notable a pesar de que se trataba de un hecho anticipado. Artur Mas no ha hecho sino seguir el guion anunciado. Eso sí, le ha dado una forma un tanto peculiar con una especie de pregunta llave que abre otra mucho más explícita. Vaya en primer lugar mi respeto hacia esa decisión, avalada por dos tercios de la representación parlamentaria catalana. También mi simpatía, aunque no exenta de dudas que no termino de aclarar.

Artur Mas sabe que planteando una pregunta cerrada y una fecha fija, en realidad deja escaso margen para cualquier tipo de negociación con el Gobierno español. Ni con el PP ni con el PSOE. Eso es tan previsible que no merece mucho más análisis. Luego se pone, de entrada, en un escenario de confrontación. Es cierto, como suele recordar, que el intento de acuerdo, de negociación de fórmulas de encaje de Catalunya en España, ya se ha probado sin éxito. A partir de ahí, siento algo de curiosidad por saber por dónde van a salir llegado el 9 de noviembre.

No olvidemos que existe un plan B, explicitado no hace demasiado por el mismo Mas: elecciones anticipadas y plebiscitarias. Lo primero, lo de anticipadas, se entiende bien. Lo segundo, es algo más confuso. Se supone que todos los que ahora son partidarios de la consulta en los términos acordados formarían una coalición bajo ese único paraguas: el del derecho a decidir y a ejercerlo de manera efectiva.

Bien, supongamos que Rajoy sigue en sus trece, que trata de impedir -¿lo hará con la fuerza?- esa consulta. Pasemos al plan B de Mas y sigamos explorando posibilidades: esa coalición soberanista gana ampliamente las elecciones que él dice plebiscitarias, incluso superando la actual mayoría de dos tercios en la cámara catalana. ¿Despeja esto el camino hacia una independencia? Pues tengo mis reservas, porque en realidad estaríamos en una situación más clara, también más tensa, pero sin saltar la valla de la declaración unilateral de independencia. ¿Y entonces qué? Para ese viaje, no hacen falta estas alforjas. Se celebra la consulta en los términos y la fecha anunciada sí o sí, con o sin acuerdo, y se intenta obtener el apoyo suficiente de reconocimiento exterior para que Catalunya pueda operar efectivamente como un Estado. Con mayúscula, claro.

Cuando un dirigente político pone un máquina tan poderosa en marcha, debe saber en qué dirección conduce, dónde está el destino final, en qué gasolineras repostará, qué hará cuando se le cruce un camión, en qué curvas convendrá reducir y en cuáles acelerar. Si todo eso lo tiene en la cabeza Artur Mas, me alegraré enormemente. Pero aún no nos ha contado cuáles son sus recursos para manejar con inteligencia esa amplia mayoría que de forma democrática le ha impulsado a tirar hacia adelante. Si espera que ser mayoría basta, me temo que esto puede acabar descarrilando.

¿Significa eso que no me gusta el proceso soberanista catalán? No, para nada. Reitero mi simpatía y no oculto mi querencia a ver una Catalunya libre, pero no sé si el camino iniciado conduce ahí.

Ha sido inevitable que estos días haya recordado lo que sucedió con el llamado Plan Ibarretxe. Hubo muchas personas, así me lo dijeron entonces, que pensaban que las entrevistas al lehendakari Ibarretxe que tuve la oportunidad de realizar en Ajuria Enea -siete si no he contado mal- estaban poco menos que pactadas. Y si no lo estaban era, más o menos, porque el lehendakari ya sabía que no habría preguntas incómodas. Nada más lejos de la realidad y al propio Ibarretxe pongo por testigo.

El lehendakari se incomodaba -o así lo percibía yo- cuando insistía en repreguntar sobre qué sucedería si el 25 de octubre de 2008 el Estado español impedía la consulta que él había anunciado durante el pleno de política general en septiembre del año anterior. Es la misma situación que advierto ahora en Catalunya -aunque las mayorías sean distintas, mayorías son- y sigo creyendo que sólo hay dos posibilidades: o desobedecer o seguir negociando pese a que el de enfrente te niegue la razón democrática que asiste a las ciudadanías vasca y catalana.

Al fin y al cabo, las dos consultas -la no celebrada en Euskadi y la anunciada ahora en Catalunya- fueron fruto de la cerrazón de los gobiernos españoles, el de Rodríguez Zapatero antes y el de Rajoy ahora, a aceptar fórmulas que impecables desde el punto de vista democrático, emanadas desde las naciones afectadas, basadas en mayorías y que venían a solucionar un problema histórico que sigue sin resolución.

Tumbaron en el Congreso el Plan Ibarretxe -me sigue pareciendo el mejor texto que hemos manejado para la convivencia y el autogobierno vasco- y cepillaron por partida doble en el Congreso y en Tribunal Constitucional el Estatut. Sospecho, y lo digo con tristeza, que aún no hemos encontrado la llave que abra las puertas de Madrid al entendimiento y tampoco hemos tocado las teclas, interna y externa -internacional- que nos permita saltarnos ese paso.

XABIER LAPITZ