erika jara

ES jueves por la mañana en Jerusalén. En medio de una plaza, doce personas con megáfonos discuten sobre los asuntos más delicados del conflicto palestino- israelí. Hay dos mesas, seis personas en cada una, cada grupo con su bandera. Los transeúntes se detienen, sorprendidos unos, escandalizados los otros? y muchos de ellos se acaban uniendo al debate.

La idea es de la organización israelí Minds of Peace. "El elemento que falta en este proceso de paz es la implicación de la gente", explica Sapir Handelman, su director. "Ningún conflicto se ha resuelto sin ella. Las partes creen que la paz es imposible, pero si es la gente la que está convencida de alcanzar la solución, el gobierno se verá obligado a avanzar y los extremistas lo tendrán difícil para dictar sus condiciones." Los primeros congresos se realizaron en grandes salones y salas de conferencias de Estados Unidos y Canadá. El pasado 24 y 25 de octubre, semana y media antes de que el secretario de estado de EEUU John Kerry llegase a Oriente Medio para impulsar las negociaciones oficiales, Minds of Peace celebró su segundo congreso al aire libre en Jerusalén.

En Israel, cualquier iniciativa que favorezca o incluya a palestinos es instantáneamente tildada de "izquierdista". Esquivando las etiquetas y con el fin de ser tomada en serio, Minds of Peace incluye en sus delegaciones a representantes provenientes de todos los contexto, especialmente las víctimas directas del conflicto y aquellos que viven en los lugares que resultarían más afectados por un tratado. La delegación palestina del último congreso estaba compuesta por académicos, hombres de negocios, el director de un colegio y un ex yihadista que pasó diez años en la cárcel por enfrentar la ocupación violentamente. En la israelí, el piloto de combate que dirigió el ataque al reactor iraquí en 1981; un hombre víctima de un atentado palestino en el que murieron su mujer y su hijo; un editor gráfico de uno de los periódicos israelíes más vendidos; un rabino y un colono religioso.

Durante dos días se celebran sesiones de dos horas en las que caen los tabús y todo se discute; después de cada una de ellas, se reserva media hora para que el público se exprese. Todo cumpliendo dos normas básicas: Respetar al otro y no entrar en debates históricos, sólo mirar al frente. Durante la primera fase de las negociaciones, se llega a acuerdos para la construcción y fortalecimiento de la confianza, de tal manera que ambas las partes puedan enfrentar los obstáculos del proceso juntos. Durante la segunda se firman los acuerdos definitivos. "Todo comenzó como un experimento", apunta Handelman. Pero lo sorprendente es que hemos celebrado ya 22 congresos y en todos hemos conseguido un acuerdo de paz."

EL PROCESO EN LA CALLE. El primer congreso celebrado en Jerusalén, que tuvo lugar el pasado agosto, pilló por sorpresa a los activistas de extrema derecha israelíes, que no lo atacaron al ver que la delegación israelí incluía a gente de entre los suyos. Sin embargo, "sabíamos que para la segunda vez vendrían preparados." Efectivamente, para la tarde del primer día "se creó tal tensión entre los extremistas israelíes y los palestinos que reclamaban su estado que la policía nos pidió que suspendiésemos las negociaciones", cuenta Handelman. "Nosotros les dijimos que justamente se trataba de no dejar que los radicales dictasen lo que se podía hacer, pero al final el peligro obligó a detener las negociaciones."

Al día siguiente, las delegaciones retomaron el trabajo rodeados de vallas y Policía pero, a pesar de los gritos, abucheos y extremistas que trataban de robarles los altavoces, consiguieron llegar a varios acuerdos: en la fase de construcción de la confianza, se pactó liberar presos palestinos según avanzase el proceso de paz, no expandir los asentamientos durante las negociaciones y no incitar la violencia entre las partes. En cuanto a los acuerdos definitivos, sólo dio tiempo a consensuar la solución de dos estados para dos pueblos en una misma tierra y a fijar el compromiso de llegar a acuerdos sobre Jerusalén, refugiados, fronteras y seguridad en un encuentro que tendrá lugar próximamente. "Después fuimos a la residencia del primer ministro, Benyamin Netanyahu, para entregarle el acuerdo; pero nadie allí mostró interés ni vino a recogerlo."

LÍDERES. "Cuando se firmó el tratado de Oslo en 1995 todo el mundo estaba feliz porque pensaba que la paz había llegado. Sin embargo, los atentados en Tel Aviv continuaron y los asentamientos en Cisjordania se expandieron", argumenta Handelman. "El público no estaba preparado para esta paz repentina y quedó claro que los líderes vivían en otra realidad."

Handelman cree que en Israel y en Palestina la mayoría de la gente quiere la paz, "pero es necesario un proceso educacional. En Israel la gente piensa, por ejemplo, que Jerusalén es imposible de dividir. Luego sentamos a la gente en la mesa, incluidos a los de extrema derecha israelí, y resulta que llegan a acuerdos lógicos que seguramente las dos partes podrían aceptar." En este sentido, Handelman señala que "los de extrema derecha son sorprendentemente mucho más pragmáticos que los de izquierdas."

Según Minds of Peace, "todo se resume en que si la gente lo pide, el gobierno se ve obligado a hacerlo. Los extremistas actuarán, pero cuando se den cuenta de que se quedan aislados, se verán obligados a entrar al proceso. Así sucedió en Sudáfrica; pero como está claro que aquí no tenemos líderes con la visión de Nelson Mandela y Frederik de Klerc, tendrá que ser la gente la que tome la iniciativa."