leer los titulares de la información política hace sentir que vivimos en un bucle del que no podemos salir. Es lo que le ocurría a aquel hombre del tiempo a quien envían a un remoto pueblo para informar sobre la duración del invierno y acaba atrapado en un día que se repetía una y otra vez. Al menos, al pobre reportero acabó por desarrollar, a la fuerza ahorcan, una tremenda habilidad para aprovechar el día aprendiendo cosas que tenía pendientes en su vida, como conseguir el amor de su compañera de trabajo. No tengo tan claro que en el ámbito político, muchos de quienes tienen un papel protagonista hayan desarrollado esa habilidad, sino que parece que se sienten muy cómodos viviendo ese bucle sin fin.

Catalunya, corrupción, la gestión del presente y futuro sin ETA, incumplimientos del Estatuto por el Gobierno central?, son temas que ocupan estos días las páginas de información política. Exactamente igual que el mes pasado, o que en agosto, en febrero o en noviembre del año pasado. Salvo puntuales escarceos en los que se cuela alguna noticia novedosa, estos cuatro o cinco temas se repiten constantemente sin que parezca que vayan a desaparecer de nuestras vidas cotidianas. ¿Por qué ocurre esto? La respuesta es sencilla. Si cuando surge un problema, quien tiene capacidad de resolverlo lo hace, no se vuelve a saber del asunto. Si en lugar de eso, nos encontramos con que la seña de identidad del protagonista principal es esconder la cabeza debajo del ala y esperar a que pase el tiempo hasta que se pudra el problema, ya nos explicamos más fácilmente por qué nos los encontramos cada vez que abrimos un periódico. Si alguien espera que Mariano Rajoy tome una iniciativa para resolver alguna de esas cuestiones, lo tiene claro. Pero siendo peligrosa esta actitud de falta de liderazgo y de capacidad de resolución de problemas, lo es más cuando deja margen a que sea el entorno el que tome las iniciativas y éste lo haga en función del rendimiento político que les reporte la propia existencia de esos problemas.

Dejando para otro día el tema de la corrupción y el papelón que la fiscalía, por ejemplo, está desempeñando en la inexplicable no imputación de la hija del Rey, o los ataques al Estatuto con la reforma educativa o los desplantes a la Ertzaintza como ejemplos más cercanos, o incluso la cuestión catalana donde la actuación del pirómano Alfonso Guerra le ha facilitado, una vez más, oxígeno y combustible al PP para continuar una temporada más, hacemos un pequeño balance para ver si se ha producido algún avance en nuestro proceso de paz y los resultados no son halagüeños. Nuevos juicios, medidas testimoniales y populistas como los infantiles intentos de venganza en los ayuntamientos de los presos liberados y una manifestación del sector más inmovilista del PP, con la cobertura de ese colectivo de víctimas amamantado y educado por los propios populares y que no consiguió el respaldo de otras muchas víctimas que, afortunadamente, no comparten esa visión, en la que el preso Carromero, tras salir de la discoteca, exigía en la calle el cumplimiento íntegro de las penas de los demás reclusos, gente con solvencia intelectual muy justita llamando impunidad a estar veintinueve años y ocho meses en la cárcel y sobre todo, con el mismo discurso de Areilza del 8 julio de 1937 en Bilbao: Aquí, nada de pactos ni agradecimientos postumos, ley de Guerra dura, viril e inexorable. Ha habido, vaya si ha habido, vencedores y vencidos. La marmota española en estado puro.