conociendo a Rajoy, era previsible. Las excarcelaciones que está provocando la aplicación de la sentencia sobre la doctrina Parot han dejado al presidente del Gobierno en estado de shock. Solamente la convocatoria de la movilización de ayer auspiciada por la AVT le hizo reaccionar y mandar a la cúpula del PP a la manifestación.

Rajoy ya anunció que el Gobierno no participaría en ella, que sería su partido quien arropase a las víctimas. Y una vez más jugaba al despiste porque no hay que olvidar que él también es partido. ¡Preside el PP! El Gobierno no acudía ayer pero se volcaba de palabra. Rajoy demuestra su doble juego político al interpretar la resolución de Estrasburgo. El presidente del Gobierno español la califica de "injusta y equivocada" pero si a él o a algún miembro del Ejecutivo se le pregunta por la sentencia del mismo tribunal que en junio de 2009 ilegalizó Batasuna o por el auto que encarceló a Bárcenas, paradójicamente todos tienen la frase bien aprendida: "Respetamos la decisiones judiciales".

En la actualidad, Rajoy y por ende, el Gobierno y el PP, se encuentran ante otra patata muy caliente. A la situación económica que vivimos, a la tensión institucional que protagoniza Moncloa con Catalunya o a la constatación de que la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) norteamericana espió a políticos y a expresidentes del Gobierno como Zapatero; a todo eso, se suma ahora el choque de trenes con las víctimas del terrorismo. El fallo de Estrasburgo se veía venir y el Gobierno se ha encontrado sin plan B. Decía el escritor Milan Kundera que el hombre nunca puede saber lo que quiere en la vida porque no tiene vidas pasadas para compararlas ni vidas futuras para enmendarlas. Sin embargo, en política, la ciudadanía y los votantes piden a sus dirigentes claridad. ¿Lo conseguirá Rajoy?

De momento, en cada esquina encuentra un problema. Su inacción le desborda. El mismo Rajoy, todo sea dicho de paso, que en el Debate sobre el Estado de la Nación en mayo de 2005 acusó a Zapatero de "traicionar a los muertos y permitir que ETA -y su entorno- recupere las posiciones que ocupaba antes de su arrinconamiento". Curioso verdad. Un reproche que escuchamos ayer en boca de las víctimas y dirigido al PP.

Aquel 11 de mayo de 2005, Rajoy empezó su discurso contra el entonces presidente del Gobierno asegurando que si su mandato terminara en ese momento, Zapatero pasaría a la Historia como "el hombre que en un año puso el país patas arriba, detuvo los avances, creó más problemas que soluciones, hizo trizas el consenso de 1978 y sembró las calles de sectarismo". En paralelo, eran las asociaciones de víctimas quienes día tras día, convocaban manifestaciones contra lo que denunciaron como cesión de Zapatero a ETA. ¡Casi una veintena de actos en apenas seis años! Ahora, a puertas de unas elecciones europeas y municipales, con sus medidas antisociales, Rajoy ha perdido la calle. Pero con lo que no contaba era con perder a quienes le auparon entonces.

Está atado de pies y de manos. Y por eso lanza mensajes de cara a la galería. Hemos pasado del "se puede hacer ingeniería jurídica" del ministro del Interior a reunirse de manera improvisada con las víctimas en Moncloa o a mandar una delegación del PP a la manifestación en Madrid para templar ánimos en medio de un goteo de excarcelaciones que se prolongarán en el tiempo. De no haberse sumado al acto, el coste político habría sido todavía mayor en un contexto en el que sus votantes miran de reojo a una UPyD que en los últimos sondeos recoge el descontento del bipartidismo y que podría multiplicar en las próximas elecciones generales por seis sus actuales cinco escaños.

Acudiendo ayer a la manifestación o aprobando en Consejo de Ministros el anteproyecto de ley del Estatuto de la Víctima -habiendo estado un año guardado en el cajón-, Rajoy solo gana tiempo y rebaja momentáneamente tensiones internas en el PP. La duda es cómo aliviará la indignación de las víctimas en la calle.