NOS vamos encontrando con demasiada frecuencia; con asiduidad infrecuente, quiero decir. Si no fuera porque detrás del verduguillo adivino los mismos ojos , no me hubiera atrevido a escribirle una carta, pero se está haciendo usted alguien molestamente familiar, como ese cuñado pesado que sabe de todo pero que nunca demuestra nada, como el rumano del acordeón que te da rabia y pena a partes iguales.

Entiéndame que use el verbo "atrever". No es casual; usted, tapado y uniformado, impone mucho. Sobre todo porque carga sobre el hombro derecho un arma que si no recuerdo mal tiene dos posiciones: "tiro a tiro" y "ráfaga". A pesar de que de nuestros encuentros han pasado a ser ordinarios, aún no he conseguido intuir cómo va a matarme si le desobedezco y me da por acelerar. ¿Disparará una sola bala certera? ¿O acaso es de los que tiran de gatillo como si fuera dueño del fin del mundo y tanta balacera exculpara al cazador?

No, no nos pongamos trágicos. Usted sabe ahora, y para sus jefes es una evidencia desde hace años, que nadie echa a correr sin que le frían a tiros. Por eso, lo de antes era un asesinato controlado y lo de ahora sería una barbaridad incontrolable. Nunca escapamos porque no tenemos nada que esconder. No puedo decir lo mismo de usted, emboscado pese a hacerse notar, alargando nuestras horas en la carretera sin que ni usted ni yo sepamos muy bien por qué. "¿Por qué?" no es lo mismo que "¿para qué?" Las preposiciones las carga el diablo.

Antes de que usted naciera, agente, los demás crecimos entre eso que llamamos "controles" (¡qué palabra más fea!). Provocaban sudores entre los mayores y alboroto entre los críos que viajábamos en los asientos traseros de un Citröen 8 o un Seat 124. Pero qué le cuento de esos modelos a quien se ha criado entre los Land Rover primero y los Nissan después... ah, que he acertado, que su padre también vestía de verde... ya, pero ellos iban con tricornio, capa larga y poder, mucho poder y poca autoridad. ¡Y cómo contaban la guerra del norte cuando llegaban a su pueblo allá en la sierra!

¿Qué dice su padre de todo esto? Creo que aún vive, vi sus ojos en los suyos, igualitos, en una feria donde donde se acabó el queso y el vino de pitarra. Paseaba como un héroe entre los puestos, feliz de haber dejado una guerra que le reportó la mejor pensión que nunca hubiera imaginado. Me dijeron que hasta se ha comprado un terrenito para ampliar la casa que ya mejoró entre las idas y venidas, entre el norte y el pueblo, entre el frente y la retaguardia. Ya sabe, envidias de pueblo.

Pero, qué dice de todo esto su padre. Nada. Chulea con viejas historias, con guerras donde aparecen sus compañeros asesinados, con las veces que por poco no le alcanzaron, pero usted, hijo del tricornio, usted no está en esas conversaciones en el bar del pueblo. Usted es más de discoteca. No le crea demasiado, de cada cinco patrullas, tres son mentira; aunque crea que lo vivió, no se enteraba de la misa la media. Para eso, había que pisar despacho oficial, no aquel suelo resbaladizo. Su padre era un soldado español y usted un funcionario con sueldo extra. Tiene que ser jodido aunque a uno le paguen bien. A efectos de orgullo, digo.

No se enfade, porque me consta que la jerarquía es algo intocable para los de su formación, pero aún estoy por conocer un jefe suyo que se mueva entre la honradez y la honestidad. Por esas carreteras que usted patrulla han ido durante lustros convoyes de todo tipo: unos llevaban goma 2, otros heroína, a veces cuerpos ocultos en capós, vivos, medio muertos y cadáveres; de todo ha habido y aún no sé a dónde miraban los suyos. Tengo la sospecha de que aquellos ojos que durante tres décadas he visto siguen con la mirada perdida, esperando la nómina engordada al final de mes.

Debería haber encabezado este escrito con un "estimado", formal y distante, o un "querido", más coloquial y cercano. Pero señor guardia civil, pregúntele a su padre si alguna vez les hemos "estimado", no ya "querido", y entenderá esta frialdad, ni siquiera odio, que sentimos cuando les vemos con insistencia apostados en las cunetas. Si las cunetas hablaran...

Sr. guardia civil: pregúntele a su padre por las bombas. Ustedes son parte, son víctimas a las que nadie invitó en la orgía violenta en la que crecimos. Por eso comprenderá que cuando le veo armado a pie de peaje me duela como si fuera una esquirla, un cuerpo extraño en un cuerpo que desea cicatrizar de una vez.