Desde que comprobó que iba a gobernar en minoría, el lehendakari Iñigo Urkullu hizo pública una declaración de intenciones apelando al acuerdo como única posibilidad de un futuro estable para una comunidad como la vasca sensiblemente afectada por la crisis económica y el desempleo. Fue insistente su invitación al pacto, abierto a todas las fuerzas parlamentarias. Pero las uvas aún no estaban maduras. El PSE estaba entre la estupefacción por su desastre electoral y la revancha de la obstrucción a la que le sometió el PNV durante sus tres años de Gobierno. EH Bildu, sin acabar de salir del glorioso pasmo electoral, no podía aceptar la mano tendida del partido al que había que disputar la hegemonía abertzale. El PP, acomplejado por no alcanzar la suma suficiente que garantizase la solidez del acuerdo ofrecido, prefirió no quemarse en un pacto numéricamente ineficaz. Y nadie recogió el guante de aquel ofrecimiento inicial, quedando el Gobierno en minoría; tan en minoría, que antes de desgastarse con una enmienda a la totalidad mayoritaria prefirió ni siquiera presentar los Presupuestos.
Pero el lehendakari Urkullu, corredor de fondo, mantuvo tendida la mano de los acuerdos por si alguno de los que en primera instancia le rechazaron pudieran pensárselo mejor y, ya fuera por responsabilidad, ya fuera por interés partidario, diera el paso que aportase estabilidad al endiablado resultado aritmético que dejaron las elecciones del 21 de octubre de 2012.
Y fue el PSE el que tomó la decisión de romper el obstruccionismo que dejaba al Ejecutivo vasco en una insostenible situación de bloqueo. La negociación ha sido larga, probablemente complicada, discreta en lo que debía ser discreta y pública en lo que merecía darse a conocer.
En la tendencia a la confrontación que caracteriza a la política vasca, los entendimientos parciales entre dos partidos implican un cierto sobresalto y un punto de animosidad en el resto. Más aún, hay dirigentes políticos que en plena negociación son capaces de disimular de manera vergonzante cualquier avance en el acuerdo como haciéndose los duros, para consumo interno.
Nueve meses después del inicio de la legislatura, PNV y PSE han hecho públicos de manera oficial sus Acuerdos de País en Beneficio de la Ciudadanía Vasca, una iniciativa que a pesar de las reiteradas invitaciones del lehendakari a la incorporación del resto de partidos ha dejado descolocados tanto a PP como a EH Bildu, quizá convencidos de que los socialistas se limitarían a amagar sin dar.
Es comprensible, en nuestro viciado contexto político, que los llamados a participar en segunda convocatoria manifiesten de salida su rechazo al acuerdo que firmaron otros. Por eso, a nadie extraña que sin tener aún conocimiento detallado del texto pactado, PP y EH Bildu adviertan de oficio que no les gusta, que no están de acuerdo. Habrá que ver, más adelante, si corrigen su natural animosidad de segundones.
La ciudadanía se sentiría confortada si el acuerdo al que han llegado PNV y PSE ha sido firmado por responsabilidad política ante una situación más que delicada, porque no quedaba otra para garantizar la estabilidad ante las prioridades que urgen al país. Más aún, los partidos políticos vascos deben a esta sociedad un esfuerzo para renunciar a exigir o a imponer el todo o nada, actitud que, a la larga, paraliza cualquier posibilidad de avance para superar la crisis.
Estos acuerdos, por el bien de la ciudadanía vasca, están abocados a ser extensivos a las dos grandes formaciones que en primera instancia decidieron quedarse al margen. Porque tampoco queda otra teniendo en cuenta el conjunto de las instituciones vascas, con EH Bildu y PP al frente de las diputaciones de Gipuzkoa y Araba. PNV y PSE, lógicamente, tendrán que dejar pelos en la gatera si es sincera su disposición a dotar de bases de estabilidad a la estructura institucional vasca.
Este acuerdo inicial es demasiado importante como para merecer el desdén de quien se considere ausente, o como para que alguien se atribuya en exclusiva el mérito de su logro como ha pretendido el exlehendakari López como acopio de méritos en su carrera hacia el despacho más noble de Ferraz.
Independientemente de posibles futuras incorporaciones, y a pesar de la demoscopia que apunta como mayoritariamente deseado el pacto PNV-EH Bildu, el acuerdo estable entre jeltzales y socialistas es quizá el más conforme con las dos sensibilidades crónicas de este país. Precedentes históricos, unos remotos y otros cercanos, han obligado al entendimiento entre PNV y PSE a veces con resultado más que aceptable. Poco importa que en este caso, además de por responsabilidad, el PNV le haya añadido un componente de supervivencia, y el PSE una necesidad de protagonismo.
Pero también la actualidad es historia haciéndose y por hacer, y ninguna fuerza política debería ser excluida o excluirse ante el sombrío panorama que nos está tocando vivir. Aquí, todos a arrimar el hombro porque si unos se dedican a entorpecer lo que otros intentan, no tenemos futuro.