La actividad de las pandillas ha convertido al llamado Triángulo Norte (Guatemala, Honduras y El Salvador) en la región más peligrosa del mundo que no está en guerra. En los tres países operan alrededor de 100.000 pandilleros, integrados en las temibles maras. Las más importantes: la Mara Salvatrucha y la Mara Barrio 18, ambas surgidas en las calles de Los Ángeles entre la década de los ochenta y los noventa. Como resultado de las guerras civiles de El Salvador, Honduras y Guatemala, cientos de centroamericanos se desplazaron masivamente hacia el norte. Muchos de ellos terminaron en la ciudad californiana, en su mayoría en barrios del este dominados por los mexicanos y sus pandillas. Fue en ese contexto en el que surgieron las maras centroamericanas, entre ellas, la Mara Salvatrucha.
A finales de los 90, el Gobierno de Clinton comenzó un programa de deportación para residentes nacidos en el extranjero condenados por una serie de delitos. Como resultado, entre 2000 y 2004, llegaron a Centroamérica unos 20.000 mareros, una tendencia que continúa hoy en día. Según InSight Crime, grupo de análisis del crimen organizado en América Latina, EEUU envía de regreso a 100 exconvictos por semana a El Salvador. La proliferación de pandillas fue acompañado de un aumento de las tasas de homicidio en el Triángulo Norte, que se convirtió en la zona más peligrosa del mundo, donde el 90% de los asesinatos es atribuido a estas pandillas. Honduras y El Salvador encabezaron en 2012 la lista de países más violentos.
Los mareros, que en ocasiones tenían una escasa o ninguna conexión con los países centroamericanos de los que eran originarios, llegaron a estados frágiles, con las heridas aún abiertas de las cruentas guerras civiles, con instituciones débiles, que se vieron desbordadas por la acción criminal. Como resultado de una política de "mano dura" por parte de los gobiernos, que en ocasiones supuso la detención de jóvenes solo por su aspecto físico -lo que llevó también a la estigmatización social-, las cárceles se llenaron de pandilleros y, lejos de frenar la violencia, las prisiones se convirtieron en un nuevo centro de operaciones. Los gobiernos unieron en módulos o cárceles a miembros de la misma pandilla, separándolos de las demás, convirtiendo los penales en un nuevo territorio bajo control de las maras.
Modus operandi La Mara Salvatrucha sigue siendo la más grande de la región. La migración centroamericana hacia otras partes de Estados Unidos, como Nueva York o Washington DC, contribuyó a su expansión a otras zonas del país; asimismo, su incursión en el tráfico ilegal de personas desde Centroamérica a Estados Unidos afianzó su presencia en el sur de México.
En Honduras, uno de los puntos más importantes de la ruta de la droga desde Sudamérica a Estados Unidos, las pandillas se han aliado recientemente con los poderosos cárteles de la droga mexicanos, brindando protección a los cargamentos de droga que se dirigen al norte y, más recientemente, participando activamente en la logística del tráfico de cocaína y personas.
Las maras, que operan en clicas autónomas, infunden el terror en sus zonas de control. Los chóferes de autobús y tiendas tienen la obligación de pagar una "renta" por seguir vivos y la violencia sexual está a la orden del día. Solamente un ejemplo: cuando una clica o un grupo de mareros quiere celebrar algo, acude a una escuela, escoge a una chica y es violada por todos ellos. Un país que se ha salvado de este fenómeno es Nicaragua. Los analistas dan algunas razones: en el conflicto interno nicaragüense hubo un claro ganador, los migrantes nicaragüenses no se fueron a Estados Unidos y la policía es más respetada y cercana a la sociedad que en los otros países centroamericanos.