Dicen los investigadores del funcionamiento del cerebro que cuanto más descubren, más complejo les parece y añaden aún más incógnitas a las que ya tenían. Así me ocurre a mí en Venezuela. En las últimas horas me he enfrascado en largas charlas con venezolanos que me han transmitido sus ideas con pasión. Y el resultado es que cada vez me asaltan más dudas sobre el futuro de este gran país. Apenas hay llamamientos a cerrar las heridas abiertas en estos tres últimos lustros y cuando se pronuncian son más fruto de un deseo que de un traslación a hechos concretos.
Chávez era para sus seguidores un visionario. El mismo personaje para sus detractores era un dictador mesiánico y corrupto. Para la oposición, Capriles es un hombre de acuerdos, abierto a todos y con intenciones de crear una sociedad de bienestar que no se parezca a la IV república que funcionaba hasta la victoria chavista pero que no avance hacia un comunismo trasnochado. Sin embargo, los chavistas ven en Capriles al hombre que apoyó el golpe de Estado contra el comandante del que se cumple ahora el undécimo aniversario.
El debate ha seguido a pesar de las 48 horas de jornada de reflexión. Es una broma pensar que se ha respetado. En la noche del viernes, en el parque de Los Caobos vi por primera vez físicamente a Maduro. Estaba inaugurando un nuevo canal de TV, Conciencia, dedicado a la divulgación científica entre los más jóvenes. El proyecto está muy bien, pero hacerlo televisado, ensalzando los logros gubernamentales a unas horas de la apertura de las urnas, dista mucho de respetar la ley que impide hacer proselitismo en estos días.
Capriles lo denuncia en Twitter y ante la enorme maquinaria propagandística del Estado resume: "Cada abuso, cada atropello, cada amenaza, más fuerza para ir a votar. ¡Que nadie se quede sin votar!Con votos se van!". 57 caracteres que tampoco respetan la jornada de reflexión.
XABIER LAPITZ