Caracas. Euskadi tiene el velódromo de Anoeta, las campas de Salburúa y, más recientemente, el BEC como termómetro electoral. Venezuela tiene su propio medidor. Son las llamadas "siete avenidas", una principal (Bolívar) y seis adyacentes (Universidad, México, Bellas Artes, Lecuna, Baralt y Urdaneta). Henrique Capriles dijo el domingo que nunca la oposición había reunido tanta gente en una marcha. Nicolás Maduro replicó en su cierre de campaña: "A caprichito -como llama al candidato opositor- le hemos sacado cinco avenidas". Los mítines de Venezuela tienen mucho de telenovela, de pasiones desatadas, de apelaciones a grandes conceptos como "patria" (veintidós veces en seis minutos la pronunció Maduro) o "corazón". Los programas electorales quedan para las entrevistas en la televisión o para las páginas que se pueden consultar a demanda a través de Internet. En la calle, lo que manda es la música, el griterío, como si quedarse afónico fuera una garantía de hacerlo bien.

En la calle

El chavismo sacó músculo en la tarde del jueves, con centenares de grupos que desde el mediodía se iban concentrando en sus barrios para marchar hacia el centro y recibir allí al "hijo de Chávez", como se define a sí mismo Nicolás Maduro y como le denominan reiteradamente los medios oficiales. La marcha era realmente impresionante, por organización y por número. En las camisetas resaltaban los lemas más repetidos en las últimas semanas: "¡Chávez vive, la lucha sigue!", "¡Chávez te lo juro, mi voto es pa' Maduro!" y "Maduro, corazón de la patria". Fuegos artificiales para empezar y terminar y por medio, el abrazo de Diego Armando Maradona, que venía trayendo el mensaje de solidaridad de Cristina Fernández desde Buenos Aires.

Si por propaganda fuera, las encuestas que dan a Maduro como ganador de las elecciones por una ventaja de entre diez y veinte puntos porcentuales errarían. El margen debería ser mucho mayor. La presencia de los carteles del candidato designado por Chávez inunda cada esquina de Caracas: farolas, parabrisas de los coches, banderines, folletos, etc. Cuesta ver la imagen del opositor Capriles. Apenas un par de carteles enormes en las azoteas de dos edificios.

"Es que el pueblo está aquí abajo y él allí arriba", ironiza Jesús, un activo militante chavista que viene del barrio 23 de enero, uno de los nichos originales del movimiento bolivariano. Junto a él, Elisabeth, que oposita a agente de aduanas, constituye un caso no muy extendido: "Mi familia es opositora, no me gusta decir escuálida, vengo del este de la ciudad, de la zona más acomodada, y estoy rodeada de vecinos hostiles hacia mi manera de ver la realidad. Bueno, es que la realidad es este pueblo por el que Chávez trabajaba y no esas clases acomodadas que nunca se preocuparon de visitar un cerro y ver cómo vivían sus compatriotas".

Dejo a la multitud satisfecha retornando a sus casas y convencida de que Maduro arrasará en las urnas mañana, pero el "presidente encargado" aún tiene otro golpe de efecto antes de las doce de la noche, hora oficial del cierre.

En la televisión

Una hora antes de la media noche, Nicolás Maduro atiende a las preguntas de tres periodistas en su última entrevista de campaña. Las preguntas no son ni más ni menos agradables que las que vemos en la mayoría de las cadenas públicas a los candidatos que van a ganar. Lo llamativo es el escenario. Se trata de un plató improvisado en el Cuartel de la Montaña, un recinto militar en el que provisionalmente descansan los restos mortales de Hugo Chávez. "Éste es un lugar mágico", dice Maduro, envuelto en una bufanda con los colores de la bandera, da las gracias a la cadena "por haber venido a este lugar santo, donde ondean las banderas de las naciones de Latinoamérica y haber aguantado este frío, ¡nada menos que 14 grados!".

Un zapeo me traslada a Globovisión para escuchar a Capriles antes de la media noche. Los periodistas tampoco son incisivos con el candidato de la Mesa de Unidad Democrática. Juega en casa. La cadena, convertida en punta de lanza comunicativa casi única en un panorama mediático ampliamente dominado por el chavismo a través del Estado, ha anunciado ya su venta el próximo lunes. La oposición mediática arroja la toalla. Pero Capriles, que sigue con chándal y gorra, insiste en que esta vez es posible.

El candidato opositor había cerrado poco antes su campaña electoral en Barquisimeto, a trescientos kilómetros de la capital venezolana. Un discurso en el que acentuó un giro aparentemente izquierdista, reivindicando algunos de los logros sociales de la época chavista, llamando al voto a aquellos que "creían en Chávez, pero ya han visto que Maduro es nada".

A las doce suena el himno nacional en las principales cadenas y Venezuela, más fracturada que nunca, se une para tararear "gloria al bravo pueblo". Por delante, dos jornadas de reflexión.