Pamplona. Yolanda Barcina presidirá UPN los próximos cuatro años. El tenso y polémico congreso ha terminado con una apretada victoria de la presidenta, que ayer se impuso a Alberto Catalán por 871 votos a 795, apenas 76 de difirencia y el 51,78% de apoyo. Un triunfo ajustado que da una muestra de la división interna en la que ahora queda sumida la formación regionalista, y de la gran labor de integración que deberá llevar a cabo a partir de ahora su nueva dirección.
Ha sido una victoria peleada voto a voto desde que el pasado 6 de febrero el vicepresidente anunció su intención de competir por el liderazgo del partido. Barcina y todo su equipo se han movilizado pueblo a pueblo, con llamadas personales incluidas, en busca de un apoyo que, aunque menor del que esperaban sus colaboradores, ha acabado siendo suficiente para garantizarse el control absoluto del partido.
El congreso deja una dirección a la medida de la presidenta, que estará acompañada por el equipo de confianza que ha reclamado los últimos días. Aunque por un margen todavía más estrecho que el suyo, también fueron elegidos ayer Juan Antonio Sola (vicepresidente), Oscar Arizcuren (secretario general), 16 de sus 17 candidatos a la ejecutiva y la mayoría de los 75 miembros del consejo político. Un reparto que acaba con los últimos restos del sanzismo, relega al ostracismo a los colaboradores de Catalán, y que deja a Barcina sin oposición interna en los órganos de dirección.
División interna Ha sido sin embargo un triunfo caro, para el que ha sido necesario una dura campaña marcada por declaraciones subidas de tono que dejan demasiadas heridas, y que serán difíciles de sanar. El equipo de Barcina no ha escatimado recursos. Presiones, llamadas y polémicasdeclaraciones en la que se ha llegado a acusar a Catalán de promover la moción de censura interna que la oposición no se atreve a presentar.
Un discurso para el que Catalán no ha sabido dar respuesta. Excesivamente comedido en sus declaraciones, el exvicepresidente no ha conseguido explicar y convencer de los riesgos que para el partido entraña la continuindad de una presidenta incapaz de llegar a acuerdos con el PSN, el único partido que, hoy por hoy, puede garantizar la continuidad de UPN en el poder a medio y largo plazo.
Barcina ha rentabilizado así la imagen victimista que le otorga su soledad política, y el recurso del miedo a la caída del Gobierno ha resultado determinante. Muchos militantes reconocían ayer su temor a que una derrota de la presidenta implicara el adelanto electoral en un contexto realmente dañino para UPN, por lo que finalmente la mayoría, aunque por poco, ha optado por olvidar los pecados de la presidenta y buscar refugio en la seguridad del status quo, que garantiza la permanencia en el poder al menos a corto plazo.
Aunque solo por unos pocos votos, Barcina logra salvar una situación que se le había vuelto realmente comprometida. Salpicada por el escándalo de las dietas, cuestionada internamente y sin interlocución posible con la oposición parlamentaria, una derrota hubiera sido un golpe prácticamente definitivo tanto para su carrera política como para el propio Gobierno de Navarra.
Sin embargo, ninguno de los tres condicionantes desaparecen con el congreso. UPN mantiene una precaría minoría parlamentaria, que hoy volverá a quedar en evidencia y que la victoria de Barcina no hace sino reforzar. El Gobierno, bloqueado, sigue sin respuesta ante la crisis, y la imagen pública de la presidenta, cada vez más desgastada, hace tiempo que dejó de ser aquel gran activo a quien Sanz cedió el control.
A todo ello se suma ahora un partido fracturado por la mitad. Aquella organización cohesionada, feliz y triunfante que Barcina heredó hace cuatro años es hoy un partido roto, deprimido y preocupado por el desgaste que algunas actuaciones de sus dirigentes están sometiendo a una marca con 34 años de historia. En cuatro años de gestión ha perdido el apoyo de casi la mitad de quienes le votaron hace cuatro años, algo inusual en un partido que todavía mantiene el Gobierno.
Apenas medio millar de militantes se quedaron a aplaudir ayer a la ganadora, que hizo un nuevo llamamiento a la unidad, pero que se comprometió a culminar la "transición" iniciada hace cuatro años. Un dilema que Barcina deberá empezar a resolver desde hoy, optando entre una generosa integración o el ejercicio de su legítima mayoría, con la vista puesta ya en un adelanto electoral que, con su triunfo de ayer, logra retrasar al menos hasta otoño. En todo caso, con ella de candidata.