la verdadera sede vacante no está en Roma, sino en Caracas. A un Papa le sucede otro. Pero lo de Chávez es otro cantar. En el Vaticano, tras unas semanas de quinielas y una buena dosis especulativa sobre las intrigas curiales en los medios de comunicación, la fumata blanca pondrá continuidad a dos milenios de Iglesia católica. En Venezuela, en buena parte de América Latina, despiden al último de su estirpe sin que se adivine qué es lo que viene detrás porque, por mucho que Chávez tratara de dejarlo todo bien atado, ahora mismo cuesta imaginar la fuerza del chavismo sin el que ha sido su fundador.

Para sus partidarios, Chávez no era un simple líder político y, mucho menos aún, un jefe de Estado al uso. Era su líder, en lo terrenal y en lo divino. Todo el boato que ha rodeado la despedida del mandatario no es sino el colofón de un sincretismo entre el socialismo y el cristianismo que ha marcado su período en el poder.

A Chávez le hemos visto santiguarse en la Organización de las Naciones Unidas cuando hablaba del diablo, asomarse al balcón de Miraflores con un crucifijo en la derecha y una constitución en la izquierda, y finalmente encomendarse a Dios para vencer su enfermedad.

Su Aló presidente era lo más parecido a la ración semanal de telepredicador que retransmiten las cadenas evangelistas de medio mundo. Chávez estableció una comunión con sus votantes que iba más allá de un vínculo político, una relación que nació en los ranchitos que cuelgan de los cerros que rodean Caracas y que se fue extendiendo al resto del país.

Recuerdo una mañana de marzo de 1998 en Petare, uno de esos barrios de Caracas donde sobrevivir es una lucha diaria. Fue la primera vez que vi a partidarios de Hugo Chávez y su labor era sencilla: explicaban a los mayores de edad cuáles eran los pasos que debían dar para estar censados y les acompañaban en los trámites.

A mí me recordó a la revolución francesa, cuando se incorporó a lo público a una masa que hasta entonces había estado fuera del sistema, o a las sufragistas británicas en su conquista por el derecho a voto de las mujeres. Ciertamente, Chávez hizo algo épico que explica sus posteriores victorias en las urnas, pese a los numerosos errores y atropellos cometidos durante los años en los que gobernó. Poner voz a los sin voz, dar existencia a los invisibles de una sociedad, alfabetizar o llevar la salud a donde no la había son palabras mayores. En este sentido, los datos del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo avalan el avance en la igualdad social que ha registrado Venezuela en los últimos años.

Los detractores de Chávez, que también son muchos, no cuestionan estos datos pero sí que para llegar hasta ellos no se ha dudado en coger atajos que pasan por encima de las libertades públicas e individuales, que hipotecan económicamente el futuro del país y que lo hacen aún más dependiente de sus reservas (limitadas, claro) de petróleo.

Para Chávez, someterse a la ley era un fastidio, un trámite que lo único que hacía era retrasar la toma de decisiones para alcanzar los objetivos ya fijados. No tuvo inconveniente de ir a las urnas porque se sabía poderoso en ese terreno, pero para un militar que llevaba en su mochila dos golpes de Estado (uno dado y otro recibido) la democracia solo era un instrumento que debe ser empleado en la medida que es eficaz.

Cuando el respeto a las libertades (la de expresión es un claro ejemplo) se volvían en su contra no dudaba en recurrir al militar golpista que anidaba en su interior y cerraba los medios de comunicación. Así, a golpe de ordeno y mando. Mediante ese sistema fue forjando un espacio público invadido de rojo, donde no ser chavista era ser "escuálido", oligarca o cualquier lindeza que le viniera a la boca en sus largos discursos que todas las cadenas de televisión, públicas y privadas, estaban obligadas a retransmitir.

Es obvio que salvo que se aplique la ley del embudo nuestra izquierda, la patriota, sufre una grave contradicción: adoran a un hombre que se paseaba con la Biblia bajo el brazo y que cerraba medios de comunicación. Por eso hay otra izquierda, en Venezuela, crítica con el personaje.

La oposición a Chávez purga aún sus graves errores y veremos si la sociedad venezolana se los ha perdonado en la interesante cita electoral que se avecina. Por citar los más elementales: la corrupción previa a la llegada al poder de Chávez y la implosión del sistema de partidos tradicional; el golpe de Estado de 2002, y la renuncia a participar en la Asamblea durante una legislatura.