EN estos asuntos casi más vale recelar que echar las campanas al vuelo, aunque quien esto firma es de la opinión de no creer en casualidades. Lo digo en referencia a la agitación informativa que en los últimos días ha aludido a la posibilidad de la próxima -o inminente, para los más optimistas- disolución de ETA.

Hay que tener en cuenta la intensa actividad de la Comisión Internacional de Verificación creada en septiembre de 2011 para supervisar el cumplimiento del cese de la actividad armada de ETA. Comisión, por cierto, más que ignorada no reconocida por las autoridades españolas, lo que no ha impedido que lleven a cabo su tarea. Pues bien, su coordinadora, Fleur Ravensbergen, y otros dos integrantes del grupo se desplazaron a Euskadi el pasado 28 de enero y, al parecer, se reunieron con representantes de algunos partidos políticos y agentes sociales. La Comisión, en este caso con la presencia de su coordinador, Ram Manikkalingam a la cabeza, volverá a Euskadi mañana lunes, en vísperas de la celebración del congreso constituyente de Sortu, y se supone que hará públicas otras actividades del grupo de las que se ha tenido conocimiento somero a través de informaciones publicadas por nuestro Grupo editorial.

En efecto, según esas informaciones, bajo el amparo del Gobierno noruego, un grupo de verificadores encabezados por Manikkalingam se reunieron en Oslo con Josu Urrutikoetxea, David Pla e Iratxe Sorzabal como representantes de ETA. Recientemente, pero sin concretar fechas, se celebraron esas reuniones en las que los verificadores habrían trasladado a la organización armada la necesidad de reiterar gestos que eviten el estancamiento en el proceso que debería llevar a su disolución.

Todas estas iniciativas han disparado las especulaciones sobre un inminente pronunciamiento de ETA que algunos incluso suponen sería el anuncio de su disolución. Una vez más, la falta de discreción sobre los pasos andados acaba por trasladar una información deficiente, unos supuestos que nadie está en disposición de confirmar por más que se manifiesten buenos deseos e inminentes noticias extraordinarias.

En realidad, sin embargo, lo único que se constata es un exasperante atasco en el desarrollo de la presunta fase clave del proceso de paz. Y puestos a especular con la cabeza fría y atando los pocos cabos que se conocen, la respuesta de ETA a los requerimientos de los verificadores iría en la línea de la interpretación literal del punto primero de la Conferencia de Aiete: "Llamamos a ETA a hacer una declaración pública de cese definitivo de la actividad armada, y solicitar diálogo con los gobiernos de España y Francia para tratar exclusivamente las consecuencias del conflicto". Ellos, ETA, ya han cumplido su parte y son los gobiernos -fundamentalmente el español- los que tienen que mover ficha. Y, en este caso, para empezar a hablar el movimiento de ficha tiene su traducción en la modificación de la política penitenciaria. Luego, siempre según interpretación de ETA, vendría su desarme y disolución.

Y aquí está el conflicto que provoca el atasco. Porque el actual Gobierno español no quiere saber nada ni con la Conferencia de Aiete, ni con la Comisión de Verificación, ni con cualquier paso a dar que otorgase al proceso una condición de bilateralidad. No tiene ninguna intención de dialogar con ETA ni con intermediario alguno, sino que adopta la táctica del final por extinción, o por agotamiento. Y no sólo no flexibiliza su política penitenciaria, sino que cierra la puerta que el mismo Gobierno abrió cancelando la vía Nanclares para la reinserción de presos vinculados con ETA.

Por su parte, ETA no puede renunciar -aunque quizá debiera- a que ya que no ha conseguido los fines para los que nació, al menos el final de cincuenta años de actividad violenta sea dialogado y tenga apariencia de negociación, como corresponde al supuesto y deseado carácter bilateral del proceso.

El Gobierno del PP se reafirma en no aceptar ninguna relación con ETA ni con sus mediadores, así como en mantener la abusiva excepcionalidad penitenciaria mientras esa organización no se disuelva. Rajoy tiene demasiados problemas como para no seguir aplazando sine die el dudoso éxito de atribuirse la victoria histórica sobre ETA y renuncia de manera insensata a un final ordenado de esa organización.

Y en el otro extremo de la cuerda, el más débil por cierto, ETA, asfixiada en su aislamiento, reivindicando un final digno aunque sin haber logrado ninguno de los objetivos que se propuso, tendrá que ir soltando poco a poco sus candados a base de comunicados quizá incendiarios pero acompañados de cesiones hasta el límite. Y sus presos, desistiendo de la amnistía un lejano día innegociable, acabarán por firmar uno a uno lo que haya que firmar para acogerse a los derechos penitenciarios. Como los promotores de Sortu tragaron lo que era preciso tragar para ser legales.

Y en ese punto estamos. A pesar del ruido mediático, a pesar de los buenos deseos de la inmensa mayoría que desea pasar esta página definitivamente, no parece que esté cercano el día que deje atrás para siempre este mal sueño.

Atasco

Con la venia

Pablo Muñoz

Se constata un exasperante atasco en el desarrollo de la presunta fase clave del proceso de paz