Bilbao. Si bien todas las convocatorias electorales son importantes por definición, la cita con las urnas de hoy en la CAV resulta especialmente trascendente. Por encima de la desafección ciudadana con la política, la sensación de final de ciclo en el País Vasco y de la necesidad de probar otra cosa resulta abrumadora. Estas elecciones autonómicas suponen el acta de defunción de una fórmula de gobierno, la de la suma PSE-PP, que se ha demostrado ineficaz para afrontar un reto, el de la crisis, de enormes proporciones y que todavía está lejos de quedar atrás.
Pese a la victoria del PNV en los últimos comicios de 2009, se impuso la apuesta de los constitucionalistas por expulsar a los jeltzales del Gobierno Vasco, y el PP propició con sus votos el nombramiento de Patxi López como lehendakari. El "Gobierno del cambio" se vendió como la panacea y la solución a todos los males. La ruptura, por parte del presidente del PP en la CAV, Antonio Basagoiti, de dicho acuerdo y el posterior adelanto electoral anunciado por López dan buena cuenta del balance negativo de este experimento. Ambos líderes llegan quemados a esta jornada electoral. Se impone pasar a otra fase. El cambio del cambio.
En este contexto, pocos dudan de que estas elecciones son cosa de dos: PNV y EH Bildu. Según las encuestas, se mantendrá además este orden, con la formación liderada por Iñigo Urkullu logrando la victoria. Más aún, los diferentes sondeos hablan de un Parlamento Vasco a cuatro, completado por unos PSE y PP a la baja y con las formaciones minoritarias -UPyD, EB y ahora Ezker Anitza- desapareciendo de la Cámara.
Todo ello tras una campaña que muchos denominan plana, en la que los candidatos han apostado por no cometer errores y huérfana de hitos mediáticos -como los "cerdos voladores" de 2009-. Pero en la que, por primera vez, ha estado ausente la violencia de ETA. ¿Qué mayor síntoma de normalidad que ése?
De este modo, cada candidato ha podido exponer con total libertad, y libre de cualquier tipo de presión, su ideario y promesas electorales -de nuevo, lo que debería ser una campaña normal-. Con la herencia de López todavía caliente -164.139 parados, 89.000 ciudadanos que viven en la pobreza y 320.000 en riesgo de caer en ella, 1.653 millones de euros menos de presupuesto, principalmente por la política manirrota de los socialistas-, la apuesta del PNV sobresale aún más: programa, ideas, experiencia, gestión y la superación de la crisis como reto fundamental.
Curiosamente, en esta campaña el argumento del independentismo ha estado sobre todo en boca de López y Basagoiti. Se pudo comprobar, sobre todo en el caso del segundo, en el debate a seis del pasado miércoles, en el que se agitó la autodeterminación como bandera del miedo con un ojo mirando a las políticas de Rajoy -para taparlas- y otro a la escalada soberanista en Catalunya -como ejemplo del mal que está por venir-.
Pactos Mientras las encuestas reflejan a su vez que la ciudadanía tiene asumida la necesidad de efectuar recortes como salida necesaria a la actual situación, el resultado que se conozca a partir de las 21.00 horas de esta noche no despejará todas las incógnitas. Queda por comprobar cuál será la futura fórmula de gobierno. De entre todo el abanico de posibilidades, sobresale un acuerdo de estabilidad institucional como el que suscribieron en noviembre de 2009 PNV, PSE y Hamaikabat, que permita a las diputaciones aprobar sus presupuestos. Iñigo Urkullu ha dicho por activa y por pasiva que su intención es sumar y que, a partir de mañana, se reunirá con todas las formaciones para empezar a construir el futuro. El escenario está abierto.