Bilbao. A escasos cuatro días de las elecciones autonómicas de marzo de 2009, ETA volaba la sede socialista de Lazkao. Muchas cosas han cambiado desde aquella fecha. Por primera vez, unas comicios al Parlamento Vasco, de donde saldrá el próximo inquilino de Ajuria Enea, tendrán lugar en ausencia de atentados, después de que la organización declarara el cese definitivo de su actividad armada hace ya casi un año, el 20 de octubre de 2011.

Ante la proximidad del primer aniversario de aquella declaración de ETA, con seguridad se sucederán los análisis de cómo se ha llegado a esta situación después de cincuenta años de existencia de la organización. La complejidad de lo acaecido casa mal con los relatos unívocos que se escuchan en ocasiones. Arrogarse como éxito propio el final de la violencia es una tentación demasiado grande como para que algunos sectores no la utilicen con fin de arañar unos votos en los comicios del 21-O. El caso más llamativo es el del PSE y, en concreto, de su candidato a repetir como lehendakari, Patxi López, que intenta que la lluvia fina del mensaje de ser poco menos que el artífice del cese de los atentados de ETA cale en el electorado. Ya durante su comparecencia, el pasado agosto, para anunciar la convocatoria de elecciones, presumió de la importancia de un gobierno socialista en el final de la lucha armada y fijó, con intención, la fecha electoral un día después del primer aniversario de la declaración de ETA. Pero está siendo ahora, en plena precampaña electoral, cuando los socialistas intentan fijar en la conciencia de los electores que sin el Gobierno socialista de López "las cosas no habrían podido ser como han sido", como recalcó hace una semana Alfredo Pérez Rubalcaba. Lo que no dijo es que el comunicado de la organización armada sorprendió al lehendakari a miles de kilómetros de Euskadi, en un viaje a Estados Unidos.

Los analistas más desapasionados rechazan otro de los grandes argumentos que se esgrimen, el de que el punto de inflexión de la desaparición de la lucha armada radica en la aprobación de la Ley de Partidos en 2002 -impulsada por José María Aznar con la aquiescencia de los socialistas- y, con posterioridad, en las sucesivas ilegalizaciones de marcas electorales de la izquierda abertzale tradicional, lo que habría dejado a este sector en un callejón sin salida.

Hay cierto consenso en que la progresiva movilización social contra ETA, la consolidación del sistema democrático y la propia reflexión interna dentro del conjunto de la izquierda abertzale -con el consiguiente triunfo de los que apostaron por las vías políticas sobre las militares- son los factores fundamentales que explican que hoy estemos aquí.

Miguel Ángel blanco, el inicio Uno de los pocos que se atreve a concretar una fecha es el experto en resolución de conflictos Gorka Espiau. A su juicio, si hay un momento clave en la historia del fin de ETA es el asesinato del concejal de Ermua Miguel Ángel Blanco en 1997 y el trabajo de asociaciones como Gesto por la Paz o Elkarri para canalizar la extraordinaria oleada de rechazo social que se generó. Porque, analiza Espiau, el factor "diferencial" del proceso de paz en Euskal Herria es la movilización social en contra de la lucha armada, "un fenómeno que está siendo objeto de estudio ya de varias universidades extranjeras". "Existe una demanda ciudadana que va haciéndose cada vez más visible, que existía pero que no era visible, y que consigue penetrar en todos los partidos. Y la mayoría de la izquierda abertzale comprendió que no había espacio para la vía de la violencia", añade.

Para Paul Ríos, coordinador de Lokarri, el hecho fundamental que explica que ETA tomara hace ya un año la decisión de acallar definitivamente las armas radica en que durante los últimos años ha habido una evolución en la sociedad vasca "hacia un rechazo contundente de la violencia y una apuesta decidida al respeto a todos los derechos humanos. Es muy difícil que una organización como ETA, que pretende conseguir objetivos políticos por medio de la violencia, pueda hacerlo si se encuentra con que la sociedad que pretende representar rechaza dicha violencia", sentencia. No solo eso: la izquierda abertzale comprobó que estaba perdiendo su capacidad de liderazgo político, además de respaldo social. Fruto de esta constatación, asevera Ríos, ese sector hizo un análisis estratégico y "vio que por el camino que estaba transitando no se acercaba a sus objetivos".

Al igual que Espiau, el coordinador de Lokarri considera que la Ley de Partidos no solo no forzó a la izquierda abertzale tradicional a replantearse su futuro sino que, incluso, retrasó una evolución que se estaba produciendo desde principios de la década del 2000. "Me consta que había un debate abierto sobre una nueva estrategia y, al final, la ilegalización impidió que tuviese continuidad".

Por aquellas fechas, después de que ETA diera un portazo a la tregua en noviembre de 1999, continuaron los acercamientos que siempre han existido, por un lado entre las formaciones políticas, y por otro entre los sucesivos gobiernos y la organización armada. El socialista Jesús Eguiguren, en contra de los deseos de su partido, abrió una vía de comunicación con Arnaldo Otegi, que más tarde se amplió a ETA. La organización echó al traste el alto el fuego permanente que ella misma había declarado en marzo de 2006, al colocar a finales de ese mismo año una bomba en la T-4 de Barajas y causar dos víctimas mortales. De nada habían servido las conversaciones mantenidas por PNV, PSE y Batasuna en Loiola y, paralelamente, las de enviados del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero y dirigentes de ETA.

debate interno Ríos valora "todos estos intentos de retomar el diálogo" que ha habido durante los últimos diez años. Sobre todo, porque pusieron las bases para que la bomba en la T-4 provocara "un clic, un cambio fundamental en el conjunto de la sociedad vasca, pero especialmente en las bases de la izquierda abertzale. ETA había justificado el uso de la violencia para tratar de forzar una negociación con el Estado y resulta que cuando se pone en marcha un proceso de diálogo entre los partidos políticos como fue Loiola y las conversaciones con el Gobierno, ETA decidió acabar con la tregua de la manera que lo hizo, con la T-4. Ello llevó a estos sectores a preguntarse para qué es la violencia".

El debate germinó en el entorno de la izquierda abertzale, pero muy lentamente. Los principales defensores de la utilización exclusiva de vías políticas y democráticas, Arnaldo Otegi y Rafa Díez Usabiaga, fueron detenidos, acusados de intentar reestructurar la ilegalizada Batasuna. Pero el debate fructificó con la presentación de la Declaración de Altsasu, que abogaba por un proceso de negociación en un contexto de "ausencia total de violencia". Ya en 2010, una ponencia posibilista se imponía a los duros de la izquierda abertzale al defender "encauzar el conflicto por cauces democráticos". A partir de ahí se abrió la fase de la internacionalización del proceso, con la Declaración de Bruselas, y el posterior alto el fuego de principios de 2011. El proceso culminó con el anuncio del cese definitivo de la actividad armada, no sin antes escenificar la pista de aterrizaje que supuso para la izquierda abertzale la Declaración de Aiete, en la hubo mucho trabajo de cocina de, entre otros, el presidente del EBB del PNV, Iñigo Urkullu, para recabar apoyos.

una sociedad del bienestar Pero, más allá de las fechas concretas, el catedrático de Sociología de la UPV/EHU, Ander Gurrutxaga, prefiere señalar un conjunto de factores que han confluido de manera "entrelazada" en el final de ETA. "Son cinco grandes procesos los que terminan trasladando el mensaje de que esto se acabó -sintetiza-: la consolidación del funcionamiento de la sociedad democrática, la acción policial, los escenarios internacionales contra el terrorismo surgidos tras el 11-S y el 11-M, la maduración política dentro de la izquierda abertzale y la propia maduración de la sociedad civil. Todos estos factores van a poner el veto a ETA".

La "gran paradoja" que se le presentó a ETA es, en su opinión, "cómo resuelve una estrategia de reivindicación nacional expresada con la utilización del terrorismo armado, en una sociedad democrática, en una sociedad que tiene la mayor renta per cápita del Estado. ¿Cómo sostienes la idea de una imagen diferencial de Euskadi en una sociedad con los defectos que se quiera pero al final y a la postre una sociedad democrática, con un estatuto de autonomía que ha generado un bienestar evidente, que respeta nuestras señas de identidad y que ha podido desarrollar una buena estructura económico-industrial? Al final, se dan cuenta de que el único elemento diferenciador de Euskadi era el mantenimiento de una lucha armada, que nadie entendía ni comprendía", concluye.

Para el sociólogo, esta paradoja genera "un proceso de erosión fundamental", lo que denomina "una estrategia de implosión, donde el núcleo fuerte se va reduciendo poco a poco hasta que va quedando en la nada. La lucha armada de ETA no solo resulta disfuncional y absurda, sino que llega el momento en que resulta perfectamente irrelevante para los propios objetivos políticos de la izquierda abertzale y atenta de manera directa al propio proceso de construcción nacional, además de generar sufrimiento, muerte y desolación", resume.

pragmatismo Esta serie de procesos sociales políticos y económicos son claves, a su juicio, para entender cómo hemos llegado aquí. "Es lo que llamo el virus de la democracia el que acaba con ETA. Le pone delante del espejo y le dice: lo que tú haces, el terrorismo, no solo es muerte, sino que es profundamente irrelevante. No vas a sacar nada en limpio de lo que era tu ideario, ni siquiera del mínimo". En ese punto, Gurrutxaga constata la transformación de "las élites políticas de la izquierda abertzale", que aun siendo "titubeante" y con una lógica "más pragmática" que humanitaria, comprendió que "política institucional y ETA chocan frontalmente".

Itziar Aspuru, que estuvo en la fundación de Gesto por la Paz allá por 1986, también insiste en la importancia de que la sociedad vasca diera respuesta a ETA. "Por una parte, porque nos daba dignidad a la sociedad y, por otra, porque era la forma mejor de que se argumentara el final de ETA. El final de ETA podía ser de muchas formas pero la mejor es que fuera con una reducción del respaldo social, porque ello permitiría que la sociedad post-ETA partiera con unas bases mejores".

Por ello, considera interesante que, en este nuevo escenario, la sociedad, "incluidos los últimos que han dejado de apoyar a ETA, no solo reconozcan que ha existido mucho dolor y sufrimiento, sino que además es una sociedad plural. Necesitamos partir de ese convencimiento común por parte de toda la sociedad de que no se puede agredir al oponente político y no se puede imponer una visión de país".