Aralar apura los últimos compases de un ejercicio que pasa por ser el más convulso de sus diez años de historia. Ya desde el mismo día en que nació, en aquel verano de 2001 en el que vio desestimada la ponencia con la que buscaba forzar el viraje del trasatlántico que ahora lidera lejos de las procelosas aguas de la acción armada aquella Batasuna de la que se desgajó, la nueva formación se fijó como objetivo volver a coincidir con sus entonces compañeros de viaje cuando la situación lo permitiera. Aralar "asume como uno de sus principios políticos y razón de su existencia el contribuir al debate político de la izquierda abertzale con la mira puesta en la posible reestructuración y reunificación de este espacio político en torno a un proyecto(...) capaz de aglutinar en torno a sí la enorme fuerza transformadora de la izquierda de nuestro país", dice su ponencia constituyente. Sin embargo, poco podía imaginar el revuelo interno que le iba a suponer una década después este reencuentro forjado ahora tras la decisión del MLNV de poner un punto y final "definitivo" a la dolorosa historia de la confrontación armada.

Patxi Zabaleta alzó la bandera de la construcción de una izquierda abertzale contraria a todo uso de la violencia ya en 1997, cuando se desmarcó de la postura oficial de la Herri Batasuna que él mismo ayudó a fundar en 1978 para rechazar el secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco, que marcaría un antes y un después en el rechazo social generado por el terrorismo. Muchos le siguieron en ese camino y Aralar fue creciendo en votos -basándose también en la "democracia interna" y el respeto a los distintos ritmos de cada territorio que echaban de menos en Batasuna- al tiempo que concitaba apoyos que excedían las tradicionales fronteras de la izquierda abertzale. Fueron tiempos duros en los que sus excompañeros les retiraron el pan y la sal. Tiempos de acusaciones de "traidores" y ataques contra sus sedes. Tiempos convulsos. Pero las urnas refrendaban obstinadas su apuesta. En 2003, la bisoña formación cosechaba un 8% de los votos navarros en su estreno electoral. Un año después, tras impulsar el nacimiento de Nafarroa Bai -en la que se daría la mano con Eusko Alkartasuna, PNV, Batzarre y un grupo de independientes entre los que pronto destacó Uxue Barkos-, el porcentaje subía hasta el 18% de los sufragios del territorio foral. En la CAV, la presencia a última hora de EHAK lastró su despegue, aunque no evitó que Aintzane Ezenarro abriera brecha en el Parlamento, donde se convertiría en bandera de esta formación. A partir de entonces, su ascensión sería progresiva hasta multiplicar por cuatro su representación. "La nueva ubicación de Aralar exige celeridad de adecuación de la estrategia de la izquierda abertzale", decía entonces un documento interno de la antigua Batasuna, que al tiempo acababa de ver cómo los jueces le impedían competir en aquellos comicios pese a los 100.000 votos que recibió su llamada al voto nulo. Era el principio del fin de la violencia. Llegaba el momento de explorar nuevas sumas de fuerzas.

las alianzas Aralar ha buscado reiteradamente tender puentes con diferentes formaciones para maximizar por la vía del pragmatismo su incidencia en la política vasca subrayando siempre dos claves: el respeto al derecho de los vascos a decidir su futuro, y la construcción de un proyecto dibujado desde la izquierda. En 2004 se encontró con Zutik para intentar representar a la CAV en el Congreso mientras NaBai se hacía con un escaño por Navarra. En las municipales de 2007 Ezker Batua fue su compañera de viaje, y dos años después se encontraría con EA para alcanzar el parlamento europeo.

Pero el contexto vasco, siempre cambiante, le puso ante su mayor desafío tras la entrada en escena de Bildu; la coalición con la que la izquierda abertzale, EA y Alternatiba daban cuerpo a una alianza con grandes posibilidades de gobierno, como las urnas pronto se encargarían de demostrar. El adiós de ETA y la voluntad de ambas partes de conformar un sujeto nacional compartido hicieron el resto y Amaiur nació para irrumpir en el Congreso, donde sólo un regate de sus servicios jurídicos evitó que pudiera formar grupo propio.

Sin embargo, para llegar hasta aquí, Aralar abrió un proceso de consulta con sus bases que, si bien acabó refrendando la apuesta de la dirección, desató parte de sus costuras internas, por cuanto parte de éstas -lideradas por rostros tan conocidos como quien fuera vicecoordinador del partido, Jon Abril, o la propia Ezenarro- no acabaron de ver la oportunidad de este viraje por mucho que la mayoría coincidiera en que había llegado el momento.

las tensiones La asamblea nacional que el partido celebró en Navarra para refrendar la entrada en Amaiur reveló el mar de fondo y la profundidad del recelo. Era territorio comanche, pues la militancia del territorio foral era la más contraria a una apuesta que suponía de rebote renunciar a la bandera de NaBai, y los números hablaron alto y claro: 61% de apoyos a favor de la apuesta de suma defendida por la Ejecutiva, 35% en contra. Los cónclaves posteriores fueron rebajando esta brecha hasta que en la última el a la construcción de este espacio compartido alcanzó el 93,5%. Pero en el camino quedaron bajas; entre ellas, Abril, una fracción de las juventudes del partido, otra de la militancia guipuzcoana,... y finalmente las más mediáticas: las de tres de sus cuatro parlamentarios de la CAV, entre ellos, la propia Ezenarro, en este caso precipitadas por su apoyo a una ponencia de paz que no recogía el concepto "sin exclusiones" para garantizar así el concurso de las sensibilidades ilegalizadas.

Algunos de sus críticos echan mano de los clásicos para explicar estas bajas con una sola frase: "La revolución siempre se come a sus mejores hijos". Pero, ¿ha habido tal revolución? Y ésta es una de las preguntas que marca toda esta marejada, ya que unos y otros se acusan respectivamente de haber cambiado el paso al tiempo que reivindican ser los verdaderos defensores de las esencias fundacionales del partido. ¿Quién se ha movido? ¿Ha cambiado Aralar traicionando su historia para echarse en brazos de la izquierda abertzale y la suma soberanista que dio la campanada en las pasadas municipales?, ¿o ha sido la izquierda abertzale la que ha variado su discurso acercándolo hacia los planteamientos fundacionales que ha mantenido intactos Aralar? Dos visiones sobre una misma realidad que, junto con otras razones más estructurales, resumen a grandes rasgos las posturas de críticos y oficialistas.

la calma Pero ahora las aguas se aquietan y Aralar puede centrarse en participar en la forja de la apuesta unitaria de izquierdas, abertzale, civil y democrática que estaba llamada desde hace décadas a aglutinar un espacio tan amplio como atomizado del electorado vasco.

Las claves de la pacificación están pactadas por todos sus integrantes en el Acuerdo de Gernika. Las de la cuestión nacional pasan por el criterio también compartido de señalar la soberanía como garante de que los vascos decidan qué quieren para su futuro. Y así, el debate pasa ahora por definir una alternativa compartida que ofrezca una salida al actual modelo, descarrilado e inmerso en una crisis que lo retrata. Pasa por elaborar un proyecto más detallado que lo que fue Amaiur, porque el contexto político y social así lo exige y porque es la vía para materializar las buenas expectativas electorales que auguran las encuestas. Pasa por cerrar las heridas y refrendar que Aralar puede seguir siendo uno de los agentes clave en el futuro del soberanismo y la izquierda vasca.