EL tiempo ha transcurrido lento, monótono casi, desde que en la Casa de la Paz de Aiete el que fuera primer ministro de la República de Irlanda, Bertie Ahern, leyera aquella breve pero trascendental declaración firmada por las seis relevantes personalidades internacionales expertas en la solución de conflictos encabezadas por el ex secretario general de las Naciones Unidas, Kofi Annan. Digo que han transcurrido ya seis meses desde aquella Conferencia Internacional de Paz para promover la resolución del conflicto en el País Vasco, y da la impresión de tratarse de algo que sucedió hace mucho tiempo o, quizá con más precisión, que se hubiera detenido en el tiempo. Porque aquellas buenas intenciones quedaron en casi nada.
A la Conferencia de Aiete se llegó después de dos años de frenética evolución en el seno de la izquierda abertzale tradicional, dos años a partir de la injustificable detención una tarde de octubre de 2009 de Arnaldo Otegi, Rafa Díez, Rufi Etxeberria, Sonia Jacinto, Miren Zabaleta y Arkaitz Rodríguez, supuestos promotores del cambio en Batasuna. Algunos de ellos permanecen aún en prisión a la espera de la sentencia por el llamado caso Bateragune.
En noviembre de 2009, Batasuna se compromete en Altsasu a liderar un proceso pacífico y democrático y a asumir los Principios Mitchel de rechazo de la violencia en los que se basó el proceso irlandés. En enero de 2010, ETA hace suyos los planteamientos de Batasuna en Altsasu. En febrero de 2010, la izquierda abertzale presenta las conclusiones de su debate interno con el documento Zutik Euskal Herria, a favor de un proceso en ausencia total de violencia y sin injerencias. En marzo de 2010, ETA afirma su disposición a dar "los pasos necesarios para favorecer el cambio político". En ese mismo mes de marzo de 2010, veinte personalidades de ámbito internacional firman la Declaración de Bruselas en la que piden a ETA un alto el fuego permanente y verificable para que el Gobierno español responda abriendo el camino a la paz definitiva. En abril de 2010, la izquierda abertzale se vuelve a comprometer en Iruñea a utilizar exclusivamente las vías políticas y democráticas, el dialogo y el acuerdo.
En enero de 2011, ETA declara un alto el fuego permanente, general y verificable. De ahí en adelante se inicia la gestación laboriosa de un acto de relevante trascendencia internacional, como pista de aterrizaje para que ETA anunciase su decisión más esperada: el cese definitivo de la lucha armada. Una gestación en la que se implicaron la izquierda abertzale, el PNV, el mediador sudafricano Brian Currin y Lokarri. Hubo, por supuesto, conocimiento y consentimiento del Gobierno español presidido por Zapatero. Hubo conocimiento, también, del Gobierno vasco que, incomprensiblemente, consintió que el lehendakari López estuviera ausente.
El 17 de octubre de 2011, los firmantes de la conferencia pusieron la alfombra roja para que ETA, tres días después, anunciase el cese definitivo de la lucha armada, en cumplimiento del primero de los cinco puntos del documento de Aiete. En honor a la verdad, ha sido el único punto que seis meses después se ha cumplido. Que se sepa, ni ETA ni el Gobierno español han iniciado diálogo alguno para tratar las consecuencias del conflicto, como pedía el segundo punto.
Todavía no se ha consolidado ningún proyecto para avanzar en la reconciliación, la asistencia a todas las víctimas y el reconocimiento del daño causado, según el tercer punto. Ni siquiera ha habido forma de sentar a todos los partidos para lograr acuerdos políticos, recomendación del cuarto punto. El que se haya constituido o no un comité de seguimiento de esas recomendaciones, punto quinto, es irrelevante tal y como van las cosas.
Lo que sí queda claro es el inmovilismo del Gobierno español del Partido Popular, agarrotado por el monstruo que durante tantos años generó en su interior en favor de la derecha extrema y la utilización política de las asociaciones de víctimas del terrorismo. No le van a permitir ni un sólo paso en la dirección marcada por la Conferencia de Aiete, como se ha comprobado al anunciar las tímidas medidas de reinserción.
Seis meses después, en Euskadi apenas si se recuerda aquella Conferencia de Paz. En España, donde aquel solemne acto se recibió con indiferencia e incluso hostilidad, los cinco puntos de Aiete ni siquiera le suenan a nadie. Ni el Gobierno español, ni los partidos políticos españoles mayoritarios, ni grandes medios de comunicación han hecho ni van a hacer nada por avanzar en esa dirección.
Nosotros, los ciudadanos vascos, y desde nuestra propia sociedad, deberíamos comprometernos mediante el diálogo y el acuerdo entre las fuerzas políticas por una parte y la movilización social por otra, a sacar adelante el proyecto de paz definitiva y de normalización que con tanta esperanza fue firmado en Aiete.