A estas alturas, decir que ya ha comenzado la campaña para las elecciones generales es un sarcasmo. Llevamos meses, si no años, con el bipartidismo español a la greña; los unos, los que mandan, braceando de desastre en desastre llevando a lomos los cinco millones de parados; los otros, los que quieren mandar, dejándoles caer y, a lo más, meneando cuanto punto de apoyo pudiera evitar el batacazo. Según parece, ya está todo el pescado vendido y ni siquiera parece apreciarse la posibilidad de evitar la mayoría absoluta del PP.
Considerando las recientes elecciones municipales y forales como primarias, el PP apuesta por la mayoría absoluta como una victoria necesaria, y todo lo que no sea esa mayoría será considerado una victoria a medias o incluso un fracaso. Esa circunstancia, mirada desde la realidad vasca, puede ser considerada como una amenaza. El recuerdo de la segunda legislatura de Aznar, su implacable rodillo y su fijación casi neurasténica contra el nacionalismo vasco, augura oscuros presagios que el discurso del ala dura del PP actual no hace más que confirmar. Sólo en el caso de que Rajoy gobierne con mayoría relativa sería posible el aprovechamiento de la representación exclusivamente vasca en las Cortes.
Respecto al PSOE, sólo un milagro podría evitar la catástrofe. A Rubalcaba le preocupa sobre todo salvar los muebles, no hacer demasiado el ridículo y salir del trance lo menos deteriorado posible. Tarea, por cierto, muy complicada a juzgar por las encuestas y el deterioro galopante de la situación económica, evidenciada en el desempleo.
Por supuesto, son elecciones generales y de lo que se trata es de elegir representantes para las Cortes españolas. Pero lo que más preocupa es quién va a ser el que gestione el escenario post ETA tanto en el ámbito del Estado como en el de Hegoalde. A nadie se le escapa que en la CAV y Navarra las elecciones del 20-N van a ser consideradas como una segunda vuelta de las municipales, alteradas por la circunstancia del final de la actividad de ETA. El liderazgo en España parece claro que será para el PP y cualquiera de sus adversarios sabe que sólo será comparsa. Aquí, al margen de los actuales gestores tanto en la CAV (PSE-PP) como en Navarra (UPN-PSN), lo que se vislumbra es la disputa por el liderazgo entre Amaiur (la izquierda abertzale de toda la vida, en definitiva) y el PNV.
Los últimos acontecimientos (sabiamente gestionados sus tiempos por la IA) y el artificio de unidad, sin duda, favorecen el voto a Amaiur. Por ello es lógica la inquietud del PNV por mantener el liderazgo en la CAV y la consecución de Grupo propio en las Cortes, para continuar condicionando la política del Gobierno español respecto a Euskadi. La historia reciente ha demostrado que el partido jeltzale tiene habilidad política para rentabilizar su minoría a favor del país, y también coraje y entereza para reclamar el derecho a decidir de los vascos, para reivindicar el respeto a su autogobierno aunque fuera correspondido con portazos. Lo que los representantes de Amaiur vayan a hacer en las Cortes es una incógnita. Nadie duda de que serán firmes en la reivindicación de la soberanía vasca y, por consiguiente, nadie duda de que se llevarán el portazo. Otra cosa será qué vayan a hacer tras ese desaire.
En Navarra, el 20-N despejará las incógnitas pendientes: qué va a pasar con las dos almas de Nafarroa Bai; qué va a pasar con las dos almas de la derecha Navarra; y hasta dónde va a hundirse el PSN. Geroa Bai versus Amaiur, UPN versus PPN y PSN versus su lamentable papelón.
Por tanto, de nuevo a las urnas, con la sospecha de que la inmediata cita electoral pueda condicionar la anticipación de la siguiente convocatoria. Me explico, en síntesis: el PSOE recibe el 20-N un considerable varapalo; el candidato derrotado, Rubalcaba, no quiere arriesgarse a dirigir un partido en caída libre y no presenta su opción a la secretaría general; si en mayo el PSOE pierde -como marcan las encuestas- el Gobierno de Andalucía, queda Patxi López, lehendakari, como único referente exitoso del partido y además bien considerado mediáticamente. En esa situación, y ante el sombrío panorama que se le viene encima, López sacrificaría su efímera presidencia para presentar su candidatura a la secretaría general y convocaría elecciones autonómicas anticipadas. Y así, volveríamos de nuevo a las urnas.