vitoria. ETA ha anunciado el cese definitivo de su actividad armada en la antesala de una nueva campaña electoral para elegir a los representantes en las Cortes Generales. En idéntico preámbulo, pero once años atrás, la banda armada asesinaba en Vitoria al portavoz del PSE en el Parlamento Vasco, Fernando Buesa, y a su escolta, el er-tzaina Jorge Díez Elorza.
No fue el primer atentado con víctima mortal que la banda armada cometía en Álava, pero marcó una época. Como también lo hizo en 1985 la muerte del jefe máximo de la Ertzaintza, Carlos Díez Arcocha, quien perdía la vida al estallar una bomba colocada bajo su coche después de subir al automóvil en las inmediaciones de la capital alavesa, convirtiéndose así en el primera asesinado de la Policía vasca a manos de ETA. Eran los años del plomo y el reguero de sangre que dejaba la organización terrorista tras su paso afectaba de lleno al territorio alavés.
Sin duda, en una macabra comparación Bizkaia y Gipuzkoa salen peor paradas en cuanto a número de atentados de ETA y la gravedad de los mismos se refiere, pero la citada muerte de Fernando Buesa, sobre todo, provocó que la historia de la banda armada quedara grabada a fuego para siempre, si no lo estaba ya, en las mentes de los vitorianos y alaveses. Una furgoneta cargada con 20 kilos de explosivos acababa con la vida del ex diputado general de Álava y uno de los máximos referentes del socialismo vasco. A pesar de ser consciente de su condición de amenazado, Buesa no variaba su recorrido. Aquella tarde del 22 de febrero tampoco lo hizo. Junto al ertzaina encargado de velar por su seguridad recorrió el mismo trazado que cada día le llevaba desde su casa a la sede del PSE vitoriano.
Fue el segundo asesinato tras la ruptura de la tregua anunciada al calor del Pacto de Lizarra y también el segundo que segaba la vida de un parlamentario, tras el que costó la vida al popular Gregorio Ordóñez en 1995. Varios dirigentes políticos comparten la teoría de que algo cambio después del asesinato del dirigente socialista en una sociedad hastiada de la violencia terrorista.
Pero esa presión y la desvinculación social mayoritaria que el terrorismo ha experimentado siempre en Álava no fue suficiente para cerrar de una vez por todas el goteo de muertes originadas por la violencia terrorista. Pasaron ocho años cuando ETA volvió a sacudir las almas de los alaveses con una bomba que se llevó por delante la vida del guardia civil Juan Manuel Piñuel. Él era uno de los encargados de vigilar la casa cuartel de Legutiano donde en ese momento dormían otras 29 personas, entre ellas cinco niños.
La magnitud de la explosión fue tal que la onda expansiva rebotó en la parte trasera del edificio para luego afectar de atrás hacia adelante a todo el inmueble, quedando semiderruido, según consta en los testimonios recogidos entonces. Los bomberos ni siquiera se atrevieron a confirmar si la casa cuartel podría ser reformada o si el derribo resultaría la única salida, dada la virulencia de la explosión.
La devastadora detonación que sacudió Legutiano aquella madrugada del 14 de mayo mantuvo el eco del temor en los hogares alaveses hasta que el anunciado del jueves.