vitoria. A principios del presente siglo, un PP fortalecido por su mayoría absoluta en España envió a Jaime Mayor Oreja a conquistar Euskadi aprovechando su imagen de azote de ETA y de todo el nacionalismo vasco, que por aquel entonces eran fenómenos indistinguibles para mucha gente en el Estado y también en Euskadi. En ese contexto post Lizarra, los populares forzaron a un PSE que históricamente se había repartido la hegemonía sociopolítica del país con el PNV, a ir a su rebufo hasta el punto de que las señas de identidad del partido más antiguo de Euskadi, como los socialistas se han encargado de repetir durante la pasada campaña electoral, se esfumaron.
O se estaba con Mayor Oreja o con ETA. La dirección socialista de Nicolás Redondo Terreros hizo suyo ese mensaje y ambos partidos se volcaron en la conquista de Ajuria Enea, pero forzaron la máquina. La virulencia del ataque al nacionalismo en su conjunto movilizó al electorado abertzale de todo signo y condición y el PNV tumbó la ofensiva constitucionalista en la urnas.
El PP, por su parte, se convirtió en segunda fuerza política de Euskadi y desbancó a un PSE desorientado y sin contenido ideológico tras haber pasado varios años tratando de ser más papista que el Papa.
Esos precedentes fueron los que auparon a Patxi López a la secretaría general del partido, dispuesto a dar un vuelco a su estrategia. El PSE reforzó su perfil vasquista, trató de volver a ser a veces el contrapunto y a veces el aliado del PNV, y en ese sentido enfocó la campaña de las autonómicas de 2009, con el intento de acabar con ETA como aval ante los ciudadanos. Los vascos les premiaron con una gran cuota de representación, pero las cuentas no salían por una u otra circunstancia y hubo que cambiar los planes sobre la marcha. Si la lucha por el fin de ETA fue el argumento para presentar a un PSE posibilista y audaz, ahora lo era para mostrarse desconfiado e implacable con el nacionalismo. El pacto con el PP se sustentaba sobre esa premisa y a ella había que agarrarse para justificar una alianza impensable en el conjunto del Estado.
Puede que los socialistas vascos hayan caído en el mismo error de hace diez años, aunque no se puede obviar que la crisis económica y la respuesta ofrecida por Rodríguez Zapatero han tenido mucho que ver en el fenomenal desplome del PSE. Ahora el partido debe acometer su segunda reconstrucción en una década frente a un PP que, sólo con mantenerse -el desgaste del acuerdo de bases para ellos ha sido nulo-, le ha vuelto a adelantar por la derecha a sus compañeros de viaje.