DUBLÍN

Apretones de manos, gestos de simpatía hacia las víctimas, alguna palabra en gaélico y hasta un vestido de color verde. La visita oficial que la reina Isabel II de Inglaterra ha realizado esta semana al sur de Irlanda ha estado envuelta de simbolismo. La infinidad de gestos que han buscado evocar normalidad han llegado sin embargo en uno de los momentos económicos más delicados de la isla, a tan solo seis meses de que su sistema bancario estallara y dos meses después de que el nuevo Gobierno conservador de Fine Gael pusiera en marcha los recortes de gasto para poder pagar el billonario rescate financiero.

El momento escogido para la celebración de la visita ha dejado muchas preguntas en el aire, más aún teniendo en cuenta que el Gobierno ha destinado más de 30 millones de euros a la operación de seguridad para prevenir posibles ataques de grupos republicanos. ¿Por qué escogió la presidenta de la República este momento para organizar la visita? ¿Se ha querido distraer la atención de la opinión pública? ¿Se ha primado la cuestión económica ante el conflicto político? ¿Hasta qué punto es una situación normal cuando necesita de tantos discursos que destaquen su normalidad?

Lo que ha quedado claro es que a nivel internacional el foco de las noticias sobre Irlanda ha pasado de centrarse en el tema económico a abordar el ámbito histórico político. Y para la semana que viene, además, el Gobierno de Dublín ha organizado una visita oficial del presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, otra cita que volverá a ser noticia internacional. Así, a través de la primera visita de una monarca británica al sur de Irlanda (en el norte ha realizado varias visitas oficiales) desde la independencia de 1921, se ha conseguido que el eje del debate mediático haya dejado de ser el crack financiero. Las encuestas de opinión referidas a la visita oficial han acaparado decenas de páginas en la prensa de las últimas semanas y la aparente normalización de las relaciones con Gran Bretaña, cuya historia ha estado bañada de sangre durante siglos, ha ocupado el primer lugar de la agenda informativa.

La explicación implícita la dio la propia presidenta de la República, Mary McAleese, quien tuvo además la iniciativa de invitar a Isabel II a la República. En unas declaraciones realizadas hace exactamente un mes, McAleese conectó la cuestión económica con la visita de Isabel II y también la de Obama. "Ambas citas tendrán interés internacional y supondrán una gran oportunidad de mostrar al mundo entero que Irlanda está abierta a los negocios", señaló la presidenta, dando la bienvenida a la reina y a la inversión de las empresas británicas.

Heridas sangrantes Los discursos oficiales de estos días han girado en torno a la paz y el interés de demostrar el fin de hostilidades entre ambos estados. Así lo expresó McAleese el pasado miércoles: "Con esta visita se culmina el gran esfuerzo realizado por los gobiernos británico e irlandés por la paz". Sin embargo, lo que para algunos supone normalidad para otros ha supuesto la confirmación de la partición de la isla.

Más que en la República, ha sido en el norte de la isla donde la visita de Isabel II ha desatado mayor polémica. Dicho de otro modo y atendiendo a la actitud de sus líderes políticos, ha sido en el norte donde más se han percibido los signos de falta de normalidad.

Ninguno de los dos partidos que forman Gobierno, los unionistas del DUP y los republicanos del Sinn Fein, se han mostrado indiferentes a la visita. Los primeros, por aplaudirla con especial entusiasmo y lamentar que no se haya podido realizar antes, y los segundos, por su frontal rechazo a la presencia de la monarca británica en Dublín. Durante los cuatro días que se ha prolongado la visita han sido numerosos los políticos que se han fotografiado con la reina de Inglaterra. Los partidos con mayor representación en el sur de Irlanda han participado en los actos oficiales y junto a ellos se ha podido ver también una vasta delegación unionista del norte; se acercaron a Dublín, desde el primer ministro Peter Robinson, hasta delegados del grupo lealista de la UDA y miembros de la Orden de la Orange. En el bando republicano, por el contrario, ha habido una clara oposición a la presencia de la reina en el sur de la isla. La visita coincidió además con el aniversario del bombardeo en 1974 de Dublín y Monaghan, en el que murieron 33 civiles y sobre el que sobrevuela la sospecha de la participación del servicio de inteligencia británico.

El Sinn Fein estuvo presente en el acto de conmemoración del bombardeo, aunque, con ánimo de evitar la confrontación, decidió no organizar protestas directas para rechazar la visita de Isabel II. Por su parte, los grupos republicanos opuestos al acuerdo de Viernes Santo sí se manifestaron en contra de la presencia de la monarca. Las protestas se saldaron con más de una treintena de detenidos.

El discurso Al margen de los actos en lugares que conmemoran a los soldados que perdieron la vida por defender a Irlanda, lo más simbólico de la visita fue el discurso que la monarca británica ofreció en el castillo de Dublín el miércoles por la noche. En él, Isabel II expresó su simpatía hacia todos lo que han sufrido las consecuencias del conflicto y señaló que a todos les hubiera gustado que las acciones hubieran sido de otra manera. El discurso quedó lejos de las disculpas que demanda un sector mayoritario de Irlanda, aunque para otra mayoría significó un paso más en la confirmación de la paz.