Las movilizaciones que en la última semana han estallado por todo el Estado contra la clase política dirigente han sacado a la luz un malestar, larvado de unos años a esta parte, que muchos ciudadanos querrán dejar hoy patente en las urnas sin saber muy bien cómo. Las alternativas para combatir el bipartidismo -tripartidismo en Euskadi- han sido tradicionalmente el voto en blanco, el voto nulo y la abstención, así como, sencillamente, optar por cualquier otra fuerza que no participe del establishment político cimentado durante muchos años, y éso no se debe olvidar, por los propios ciudadanos.
El que se quede en casa hoy ha de saber que su no voto ni quita ni pone concejales, ni tampoco envía un mensaje claro a la clase política y a la sociedad. No hay manera de saber si el abstencionista no vota porque quiere destruir el sistema, porque no comulga con él, porque está desengañado o porque simplemente le da pereza, es apolítico o tiene gripe. Rara vez se ha interpretado una alta abstención como un voto de castigo o protesta, más bien se apela al desapego o falta de implicación de los ciudadanos en la materia sometida a sufragio -las elecciones europeas suelen ser un buen ejemplo de ello-, o al mal tiempo, o al buen tiempo, que hace que los ciudadanos se queden en casa o se vayan a la playa en lugar de ir a votar. Puede, en todo caso, beneficiar a los partidos pequeños, pues hay menos votos que contar y por lo tanto más posibilidades de alcanzar el 3% del total de sufragios por circunscripción sin el cual los partidos quedan eliminados en el reparto de escaños.
Justo lo contrario ocurre con el voto en blanco, del que tradicionalmente se ha dicho que beneficia al partido más votado. Más bien perjudica a las pequeñas formaciones que pelean por ese 3%. El voto blanco sí se computa en el recuento total y así, a más votos emitidos, más respaldos hay que obtener de la ciudadanía para alcanzar ese porcentaje que supone el ser o no ser de un partido en la política institucional.
El voto en blanco hace el examen más difícil para partidos como los Verdes e incluso para formaciones con representación parlamentaria como EB o UPyD, que sólo tienen un escaño -EA, que también tiene un único representante, concurre hoy junto a Alternatiba y los independientes de la izquierda abertzale-. En todo caso, lo que se dirime esta vez es la composición de ayuntamientos y diputaciones y, en ese sentido, cada municipio es un pequeño mundo con sus poderes establecidos y sus aspirantes a concejal. Los partidos poderosos no son los mismos en Arrasate y en Oion.
Por otro lado, y aunque el voto en blanco perjudica a los pequeños, un elevado porcentaje de papeletas vacías sí es un claro síntoma de desafección o protesta ciudadana hacia las opciones que se le presentan en la cabina del colegio electoral. Así se ha entendido tradicionalmente, pero nunca ha habido un porcentaje de blancos tan grande como para que los partidos reflexionen.
El voto nulo es un voto defectuoso -papeleta rota, con tachaduras, con comentarios-, residual en la mayoría de las elecciones y que sólo tiene una lectura política si se hace campaña activa en su favor. La izquierda abertzale lo hizo en las autonómicas de 2009, tras la ilegalización de Demokrazia Hiru Milloi, y contabilizó más de 100.000, un 8,8% del total, frente a los apenas 4.000 nulos registrados en las elecciones al Parlamento Vasco de 2005. En todo caso, en estas forales y municipales nadie ha llamado a utilizar esta herramienta simbólica y por ello el que lo haga no tendrá forma de demostrar castigo, protesta o mensaje alguno.
En definitiva, la única manera de influir de forma real en la composición de ayuntamientos y diputaciones es elegir al que se considere mejor o menos malo de entre la amplia oferta que los vascos encontrarán hoy en su colegio electoral.