EL presidente del PSE ha vuelto a moverse. Según la inveterada doctrina socialista instituida por Alfonso Guerra, Jesús Eguiguren no debería salir en la foto. Aunque, a decir verdad, desde hace ya bastantes años el veterano político aizarnatarra tenía limitada su carrera a consecuencia de unos oscuros antecedentes judiciales. A pesar de esa acotación a sus ambiciones políticas, llegó a la presidencia del PSE sin necesidad de intrigar y por sus propios méritos. No le faltaron apoyos para ello, especialmente entre los socialistas guipuzcoanos que saben de su experiencia, su capacidad negociadora y, cuando fuera preciso, su habilidad conspiratoria.
Su forzado impedimento para mayores progresos en el escalafón le permitió ensayar arriesgadas iniciativas que propiciaron la interlocución fluida con la izquierda abertzale histórica que desembocó en el proceso de diálogo de Loiola para la pacificación y la normalización. Luego se comprobó que, a pesar del desastroso desenlace de aquel proceso, sus relaciones con líderes de la formación ilegalizada se han mantenido.
Es precisamente esa no interrumpida interlocución la que le ha permitido conocer de primera mano y en tiempo real cada paso que los dirigentes de la ilegalizada Batasuna han venido dando hasta la creación de Sortu. Y como sabe que no puede aspirar a mayores ascensos, se ha permitido también liberarse de mordazas para hablar claro en lo referente a dos asuntos que le obsesionan: la pacificación y normalización en Euskadi y la necesidad de que su partido, el PSE, protagonice ese nuevo escenario tan deseado por la sociedad vasca.
En provecho de su partido, Eguiguren desarrolló un papel fundamental tras las elecciones de 2009 para el desalojo del nacionalismo vasco de Ajuria Enea. A pesar de no haber logrado el PSE, ni de lejos, sus objetivos electorales, fue absolutamente intransigente y no aceptó un lehendakari que no fuera Patxi López, aunque para ello tuviera que someterse al apoyo del PP.
Lo que vino después, ese sostén del socio preferente convertido en abrazo del oso, fue arrastrando a Eguiguren primero a la melancolía y después a la insumisión a medida que iba conociendo el alcance del debate de Batasuna y sus consecuencias en relación al fin de la violencia. Desde su privilegiada información y desde su responsabilidad militante, previno repetidamente al lehendakari López que, para variar, estaba en la inopia. Nadie le hizo caso.
Eguiguren, a pesar de los oídos sordos y las críticas internas y externas, fue disciplinado y procuró evitar las estridencias. Sólo cuando desde la cúpula del PSOE se le agravió con una intolerable censura -será él quien algún día la tenga que desvelar-, decidió hablar claro. Instó públicamente al lehendakari López a asumir el liderazgo ante el nuevo escenario que se veía venir y del que ya le había informado de forma exhaustiva. Le llovieron chuzos de punta. Le calificaron primero de ingenuo y después de cómplice de los terroristas, sus compañeros le mandaron callar y la derecha política y mediática pidió su cabeza.
El presidente -todavía- del PSE es hábil a la hora de las matizaciones, los circunloquios y, si hiciera falta, hasta de las rectificaciones. Aguantó el chaparrón mientras los portavoces de su partido lo resolvían con la evasiva "son cosas de Jesús". Pero a medida que se iban confirmando las informaciones que él de manera privilegiada conocía, cuando quedó claro en su presentación que Sortu rechazaba la violencia de ETA en todas sus expresiones, cuando no le cupo ninguna duda de que por fin se entreabría la puerta hacia la paz, Eguiguren volvió a expresar su desacuerdo con el obstruccionismo interesado de su partido y la sumisión a los intereses del PP. "Falta de valentía", "electoralismo" Y "ceguera" fueron algunas de las perlas que dedicó a Zapatero en su artículo publicado en El País.
A Eguiguren le han vuelto a llover chuzos de punta y, por supuesto, ha vuelto a recular. Porque el cierre de filas contra él no es sólo el terror electoral que el PSOE le tiene al PP, sino la jaula de grillos que en este tema es el partido que gobierna en España y su subordinado, el que gobierna en Euskadi.
Se les llena la boca a los dirigentes socialistas con reproches a las discrepancias en otros partidos, especialmente virulentos en referencia al PNV, cuando trepan ansiosos los aspirantes a suceder a Zapatero, otros conspicuos aspirantes en el PSE reniegan de su presidente, se prodigan los desmentidos que no desmienten nada, dan un paso adelante, los socios amenazan, otro paso atrás, los altos cargos se tientan la ropa, todos miran temblando a la demoscopia. El PP intimida a Patxi López, "cállate la boca", el lehendakari obedece y Eguiguren se la envaina. Penoso.