Los violentos disturbios registrados en Egipto esta semana - solamente el martes fueron muertas 3 personas - tienen su propia historia, pero la crisis egipcia comparte con Túnez y Albania las condiciones básicas de su génesis.
En estos tres países el divorcio entre sociedad y políticos es total. Por un lado está una pequeña élite privilegiada, abusiva, corrupta y casi omnipotente en tanto que por otro el lado se halla el pueblo empobrecido - la sociedad civil - que no se siente ni representado ni protegido mínimamente por los políticos y las fuerzas del orden. En esos tres Estados la supervivencia de los Gobiernos depende, dependía en Túnez, únicamente de la lealtad de Policía y Ejército.
La situación descrita no es una característica peculiar de Albania, Egipto y Túnez; se da en mayor o menor grado en buena parte del tercer mundo y de las democracias recién salidas de sistemas dictatoriales; constituyen las llamadas "democracias marginales". La situación en cada una de ellas tiene sus propias características y sus ingredientes peculiares, pero en todas las crisis que padecen tienen un denominador común : la pérdida del poder de represión.
En Túnez la "revolución del jazmín" estalló en el momento en que se rompió la alianza entre Ben Ali y el jefe del Ejército tunecino. En Egipto, el presidente Hosni Mubarak está en las postrimerías de su vida y ninguno de los soportes del régimen cree que el tinglado pueda sobrevivir al presidente que ha regido los destinos dela República los últimos tres decenios. La revolución que despuntó el martes en Suez y El Cairo comenzó a gestarse en cuanto se hizo evidente que Mubarak no es capaz de dejar una herencia política viable. Con otras palabras, Mubarak pierde cada vez más seguidores porque es cada vez más evidente que en cuanto se acabe su vida se acabará el pesebre de los mubarakistas.
Y en el caso de los gubernamentales egipcios esta falta de futuro tras Mubarak se debe a que el actual presidente ha dominado de una manera casi absoluta y exclusiva la vida política del país. Él y sólo él ha sido capaz en estos tres decenios largos de hacer malabarismos con los Hermanos Musulmanes - la oposición ideológica más fuerte que ha tenido en Egipto y no pocas veces, también la más sanguinaria-, pactando unas veces con ellos, persiguiéndolos muchas más veces y dividiéndolos casi siempre. Han sido los maquiavelismos de Mubarak los que lograron mantener a Mohamed Elbaradei (el personaje egipcio de mayor prestigio internacional) años y años fuera de Egipto y fueron los malabarismos políticos de Mubarak en el Oriente Próximo lo que le hicieron parecer imprescindible a Washington ya que él fue siempre un factor decisivo en el mantenimiento de la paz sangrienta de Israel con Palestina, Siria y el Líbano.
Todo esto constituyó un alarde de habilidad política, un prodigio de exclusivismo del poder y también un sinfín de desafíos acompañados de buena suerte. Pero la fórmula de Mubarak exige un despliegue de vitalidad, un chorreo de energías y un equipo de colaboradores sin perfil ni ambiciones. La fórmula de Mubarak sólo le sirve a Mubarak y sólo sirve mientras exista un Mubarak sano y pletórico.
Y éste ya no existe. Mubarak está en la recta final de su vida y se le nota. Lo ha notado la oposición, ahora e nvalentonada por la rebelión tunecina, y sobre todo lo están notando los beneficiarios del aparato político montado por Mubarak. El cambio de régimen en Egipto es sólo cuestión de tiempo. El que se vaya a hacer con o sin violencia dependerá ante todo de la paciencia que tengan los principales grupos opositores.