londres. El Gobierno británico, la policía y la jerarquía de la Iglesia Católica se pusieron de acuerdo para ocultar que un cura católico, James Chesney, dirigió en 1972 uno de los atentados más sangrientos durante el conflicto de Irlanda del Norte.
La conspiración fue confirmada por un nuevo informe oficial dado ayer a conocer sobre la matanza de Claudy, una pequeña localidad rural de Irlanda del Norte, donde la explosión sin aviso de tres coches bomba mató a nueve personas, entre ellas una niña.
Han tenido que pasar 38 años para considerar probado algo que era un secreto a voces desde entonces, que el padre Chesney organizó el atentado y que la posterior investigación policial se detuvo con la connivencia del Gobierno de Londres y la jerarquía católica.
El informe considera probado que el padre Chesney fue transferido a una parroquia fuera de la jurisdicción de Irlanda del Norte tras las conversaciones secretas que mantuvieron el entonces secretario de Estado William Whitelaw y el jefe de la Iglesia Católica en Irlanda, el cardenal William Conway. Los dos hombres trataron la cuestión después de que Graham Shillington, máximo responsable de la antigua fuerza del orden de Irlanda del Norte -la Royal Ulster Constabulary (RUC), se mostrara reacio a detenerlo para no incrementar la tensión en la provincia en un momento especialmente delicado.
sin acusación Desde entonces, nadie ha sido acusado formalmente del atentado atribuido al Ejército Republicano Irlandés (IRA) y llevado a cabo seis meses después del llamado "Domingo Sangriento", en el que 13 civiles que participaban en una marcha fueron asesinados a tiros por soldados británicos en la localidad de Londonderry.
Durante todo este tiempo se ha sospechado que el padre Chesney, que murió en 1980 con 46 años, fue el hombre del IRA detrás de la preparación de la matanza, pero hasta ayer no se produjo la confirmación oficial de que hubo un pacto de silencio.
El ombudsman de la policía de Irlanda del Norte, Al Hutchinson, fue el encargado de dirigir esta investigación, en la que, entre otras cosas, se estudiaron los diarios del cardenal Conway, en los que relata los contactos con las autoridades para tapar a Chesney.
Conway, que murió en 1977, confirma los contactos con Whitelaw, que murió en 1999, y la correspondencia que mantuvo con Shillington, fallecido en 2001. El encuentro entre Conway y Whitelaw ocurrió seis meses después de la masacre y, según un ex alto cargo oficial que estuvo presente, el cardenal le dijo al secretario de Estado que "sabía que el cura era un hombre muy malo y que vería qué podía hacer".
De acuerdo con esta versión, el cardenal mencionó "la posibilidad de transferirle" al otro lado de la frontera con Irlanda.
El traslado se produjo a finales de 1973 y el padre Chesney nunca volvió a ejercer su ministerio en Irlanda del Norte, pese a que siempre negó ante sus superiores que hubiera participado en el atentado.
En cualquier caso, murió siete años después sin haber sido interrogado nunca por la policía.
El ombudsman de la policía norirlandesa pidió en su informe tener en cuenta el contexto histórico para valorar las decisiones.
"Acepto que 1972 fue uno de los peores años del conflicto y que la detención de un cura podría haber agravado la situación de seguridad", destacó Hutchinson.
En lo que se refiere al papel de la Iglesia Católica y del Gobierno, Hutchinson explicó que la investigación no constató que existiera el intento de cometer acto delictivo alguno.
No obstante, añadió que "la moralidad de la decisión tomada por el Gobierno y la Iglesia Católica al aceptar la petición de la policía es otra cuestión y requiere de un debate público mayor".