EL pasado viernes, Hillary Clinton anunció que las negociaciones bilaterales directas entre palestinos e israelíes se retomarían el 2 de septiembre "sin condiciones previas", casi dos años después de que el último contacto serio entre las partes se rompiese. Este es el tiempo que ha necesitado el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, para apagar la llama de un esperanzador Barck Obama. El presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas, recuerda ahora, como si sólo hubiese sido un sueño, aquellos pactos alcanzados con el ex primer ministro israelí Ehud Olmert el 30 de julio de 2008, según los cuales la solución de dos estados comenzaría a negociarse sobre las fronteras de 1967 e incluiría Jerusalén Este, el valle del Jordán y la Franja de Gaza, que estaría territorialmente conectada con Cisjordania. Doce comités discutieron los temas clave desde julio hasta diciembre, momento en el que, previendo un cambio de gobierno en el país hebreo en las elecciones de febrero de 2009, Abbas entregó al entonces presidente estadounidense George W. Bush un documento con todo lo acordado hasta el momento entre las partes. Bush citó al jefe de las negociaciones palestinas, Saeb Erekat, y a Olmert el 3 de enero para ratificar el documento y enviarlo a la administración estadounidense que resultase de las elecciones, con una recomendación de seguir las negociaciones a partir del punto indicado en el texto. Erekat asistió; Olmert prefirió ocuparse de atacar Gaza y causar 1.400 muertos, rompiendo así todas las negociaciones.
Desde diciembre de 2008
Una humillación tras otra
Desde entonces, la humillación de la OLP y de la Autoridad Nacional Palestina (ANP) ha sido tan intensa como progresiva. El primer golpe vino cuando Netanyahu avisó, en un discurso de junio de 2009, que no aceptaría ninguna negociación sobre Jerusalén, ni la vuelta de un solo refugiado palestino, ni las fronteras de 1967, y aseguró que la construcción de asentamientos continuaría conforme al crecimiento natural de los colonos. Así, Abbas tuvo que ver cómo el nuevo primer ministro israelí no sólo anunciaba que no quería ni oír hablar de las negociaciones llevadas a cabo por Olmert, sino también cómo proclamaba a los cuatro vientos, ante una muda opinión internacional, que no cumpliría con la legalidad ni con los tratados firmados por anteriores gobiernos israelíes. En cuanto a las negociaciones, Netanyahu lo dejó claro: se empezaría desde cero, sin condiciones previas.
Abbas, en un intento de defenderse, proclamó que no habría negociaciones directas hasta que no se congelasen los asentamientos. Obama, necesitado de un éxito diplomático en Oriente Medio, se puso a ello; pero todo lo que consiguió fue que Netanyahu declarase una supuesta congelación de asentamientos durante diez meses, excluyendo los edificios ya en construcción y Jerusalén Este. Lo cual, a pie de terreno, es igual a nada. Abbas lo sabía y de ahí su estupefacción cuando Estados Unidos dio su primer gran paso hacia el abandono de sus planes iniciales retirando la presión sobre Israel y calificando este paso de "logro sin precedentes". La decisión israelí, muy bien acogida por la comunidad internacional, obligó a Abbas a volver a la mesa de las negociaciones, aunque sólo admitió hacerlo de manera indirecta. Esta situación sólo duró hasta marzo, cuando Israel anunció la construcción de 1.500 viviendas en un asentamiento ilegal de Jerusalén Este en plena visita del vicepresidente estadounidense, Joe Biden; un claro mensaje de Israel a la administración Obama sobre sus pocas intenciones de ceder.
Los asentamientos
Abbas busca apoyos
Diversos líderes del Gobierno palestino, incluido el presidente, amenazaron entonces con disolver la ANP al término de 2010 si no se alcanzaba un acuerdo y Abbas anunció que no se presentaría a las siguientes elecciones. Tras ello, comenzó una serie de viajes a Europa buscando medir el apoyo que poseería en caso declarar un estado palestino independiente de manera unilateral, vía resolución de Naciones Unidas.
Pero todos los envites fueron en vano, porque la ANP depende en muchos aspectos, especialmente en el económico, de Estados Unidos, y Abbas sabe que, aunque Obama no esté actuando como él esperaba, una próxima administración podría ser mucho peor. Además, es mejor empezar las negociaciones ahora que la supuesta congelación de asentamientos aún sigue en vigor, que ser obligado a hacerlo después del 26 septiembre, cuando ya no quede ni siquiera eso y la humillación sea aún mayor. El negociador palestino, Saeb Erekat, ha amenazado con romper las negociaciones si el Gobierno israelí no prolonga la congelación de los asentamientos, sin embargo, el Ejecutivo hebreo ya ha anunciado que no lo hará, por lo que la parte palestina debe valorar seriamente si le conviene ser señalada como la culpable de interrumpir las negociaciones.
Por su parte, Netanyahu está "muy contento" al saber que no habrá condiciones previas, según manifestó tras la rueda de prensa de Clinton. O lo que es lo mismo, está contento de haber conseguido, finalmente, poner a Estados Unidos en donde le corresponde: en su puesto tradicional de protector inquebrantable de Israel. El Cuarteto para Oriente Medio ha emitido un comunicado, calco de uno anterior publicado en marzo, apoyando "las negociaciones bilaterales directas que resuelvan los asuntos clave y conduzcan a un acuerdo negociado por las partes que ponga fin a la ocupación que empezó en 1967 y resulte en la creación de un estado palestino independiente, democrático y viable que viva al lado de Israel en paz y seguridad".
Mahmud Abbas propuso recientemente que el documento sirviese como base de las negociaciones, pero Netanyahu lo rechazó porque "tenía demasiadas precondiciones". Ahora da igual, porque Hillary Clinton ha prometido a Netanyahu que no le obligará a nada, así que el Estado hebreo prestará al documento del Cuarteto la misma atención que a la Ley Internacional y los tratados de paz firmados con anterioridad: ninguna.
Las nuevas negociaciones
Israel burla los obstáculos
Al presidente palestino sólo le queda agarrarse a la intención de Clinton de alcanzar un acuerdo en un año -una intención hablada pero no firmada- y explicar a su población que, por lo menos, el Cuarteto no reconocerá la anexión de Jerusalén Este a Israel pase lo que pase.
Mientras, el primer ministro israelí ha conseguido, de momento, burlar los obstáculos: ha manejado a Estados Unidos según su voluntad, ha demostrado al mundo que quiere ser un compañero para la paz y ha conseguido volver a la mesa de negociaciones sin enfadar a sus derechistas e intransigentes compañeros de gobierno. Pero tarde o temprano llegará el momento de discutir sobre fronteras o sobre Jerusalén, y Netanyahu sabe que cuando eso suceda, su coalición de gobierno se romperá. Por su parte, si el enviado especial estadounidense a Oriente Medio, George Mitchell, ve que Netanyahu se echa atrás, romperá la bilateralidad e intervendrá con sus propias propuestas, poniendo a prueba al dirigente israelí.
Y si las negociaciones acaban, entonces, por romperse, en el lado palestino la idea inicial de Abbas de proclamar unilateralmente un estado independiente a través de Naciones Unidas cobrará más interés. Eso, siempre y cuando Netanyahu, llegado al estancamiento, no se invente una guerra.