Bruselas. Hace diez años ni existían. Pero durante este lapso de tiempo la Nueva Alianza Flamenca (N-VA) no sólo se ha hecho un hueco entre los votantes del norte de Bélgica sino que sus promesas de crear un Estado flamenco dentro de una confederación belga resultado de una "evolución y no una revolución" han logrado el aval de 1.135.617 votos en la cámara baja mientras que su líder Bart De Wever recibió el apoyo de 785.00 votantes como cabeza de lista al Senado. En líneas generales, nada más y nada menos que el 30,2% de todos los sufragios depositados por los ciudadanos en la región y el 17,4% a nivel federal. Unas cifras que les convierten por derecho propio en el primer partido de Flandes y en casi casi de una Bélgica asombrada -la familia socialista al norte y sur del país supera en común este porcentaje- que paradójicamente espera ver el país ir evaporándose poco a poco, paso a paso en los próximos años. Pero ¿cómo se explica el espectacular ascenso de un partido político tan joven que hace siete años fue incapaz de superar la barrera del 5% de los votos? Pues en gran medida por las promesas de los partidos políticos que hicieron campaña en 2007 por una reforma del Estado y la búsqueda de soluciones para escindir el distrito electoral de Bruselas-Hal-Vilvoorde y que tres años después no han cumplido y sí han originado una riada de votos hacia el N-VA.