londres. Gillian Duffy salió de su casa a comprar el pan. Al regresar, esta jubilada se había convertido en la mujer más famosa de la campaña electoral en Reino Unido. Y es posible que la suerte la haya convertido en el obstáculo definitivo entre el primer ministro Gordon Brown y la victoria en los comicios del 6 de mayo. La votante laborista se encontró en su paseo con el premier, a quien preguntó sobre inmigración, impuestos y la deuda pública. Tras la conversación, un micrófono abierto transmitió al mundo entero los comentarios despectivos de Brown, que calificó de "intolerante" a Duffy y de "desastre" la charla.

Con todos los asesores intentando desde hace meses mejorar la imagen seca y gruñona de Brown, el patinazo podría ser la peor catástrofe del premier en campaña. Todo indica que la señora Duffy no será la única votante que abandone a los laboristas por el incidente. "Es el peor patinazo político y personal que se ha permitido jamás un político aquí", sostiene Charlie Beckett, del instituto Polis. "Y no podría haber llegado en peor momento". En efecto, los laboristas habían logrado recuperarse recientemente de niveles mínimos de popularidad el año pasado.

Pese a que Brown trató de forma infructuosa de quitar hierro al desagradable incidente, el daño está hecho y la única incógnita es ahora saber qué impacto tendrá este último incidente en la intención de voto en un momento en que, en alguno de los sondeos, los laboristas figuran en tercera posición, por detrás de conservadores y liberaldemócratas. Según un sondeo para el tabloide The Sun, los tories obtendrían un 34% de los votos, los liberaldemócratas, un 31% y los laboristas, sólo un 27%. Sin embargo, otro de la empresa Comres, para el diario The Independent y la cadena de Televisión ITV News, da a los tories un 36% y sitúa a los laboristas en segunda posición con un 29%, por delante del 27% de los liberaldemócratas. Para el político de 59 años, una derrota sería también un fracaso personal. El premier sucedió a Tony Blair tras diez años como ministro de Finanzas. "Ayer fue ayer, ahora quiero hablar sobre el futuro de la economía", dijo ayer Brown para intentar dejar atrás el incidente con el micrófono. Pero es dudoso que pueda hacerlo y justo cuando apenas queda una semana para las elecciones.

También por esa exposición mediática cobra especial trascendencia el descuido de Brown. Una campaña más centrada en la imagen que en los contenidos no favoreció al escocés, que nunca fue un líder carismático y atractivo, en parte por un accidente que lo dejó ciego de un ojo. Brown apostó así por resaltar sus puntos fuertes: voluntad de hierro, experiencia y una inteligencia que sustentó un currículum lleno de logros. En campaña se presentó como salvador durante la crisis, aunque se cuidó de ocultar que, como canciller del Tesoro, contribuyó durante años al terremoto financiero con regulaciones laxas que no impidieron una burbuja inmobiliaria. Tras un inédito periodo de 13 años de nuevo Laborismo en el gobierno, las elecciones podrían marcar un cambio de tendencia, entre otras cosas por la crisis económica o la guerra de Irak, que Blair impulsó contra la voluntad del pueblo. "No tiene por qué soportar otros cinco años de Brown", es el lema de Cameron para jalear a sus votantes tories. Ambos partidos se vieron golpeados por el escándalo de dietas en el Parlamento. Por eso "esta elección en particular, cuando el nombre Parlamento se encuentra tan dañado, es la oportunidad para un nuevo comienzo", explica Tony Travers, de la London School of Economics: por fin podría haber llegado la hora de los partidos más pequeños. Y los comicios también pueden marcar un nuevo comienzo para los laboristas. Desde la oposición, el partido tendría que superar las viejas rivalidades internas entre los seguidores de Blair y los de Brown. Quién pueda tomar el relevo y asumir el liderazgo del partido es por una incógnita.

última oportunidad El primer ministro británico, Gordon Brown, trató anoche de defender su manejo de la crisis económica en el tercer y último debate electoral ante las cámaras de televisión con sus contrincantes conservador y liberaldemócrata, David Cameron y Nick Clegg, respectivamente. La economía es en teoría el punto fuerte de Gordon Brown. Pero también uno de sus talones de Aquiles porque, tras casi tres años ejerciendo como primer ministro y antes 10 años como canciller de Finanzas, difícilmente se puede declarar ajeno a la situación actual de la economía británica.

Brown tuvo anoche su última oportunidad para convencer a los británicos de que él sigue siendo adecuado para dirigir al país en la salida de la crisis. El mal estado de las finanzas públicas fue uno de los ejes de la confrontación entre los tres líderes. Y, sobre todo, qué medidas concretas piensa aplicar cada partido para reducir los actuales niveles de déficit público y de endeudamiento del Estado. Los partidos han expresado de forma aproximada sus intenciones. Los conservadores prefieren cortar el gasto público y subir los impuestos lo menos posible. Laboristas y liberales también, pero de forma más equilibrada entre ambas opciones. Pero el problema es que ni unos ni otros han entrado a fondo en el detalle de qué medidas concretas quieren adoptar para conseguir ese objetivo. Es decir, qué gastos van a recortar y qué impuestos van a subir. Ayer, el economista David Hale reveló que el gobernador del Banco de Inglaterra, Mervyn King, opina que "gane quien gane las elecciones, estará fuera del poder durante toda una generación por lo dura que va a ser la política fiscal que impondrá".