VITORIA. A primera vista, Néstor Basterretxea es un hombre que impresiona. Alto, elegante, aparentemente serio, con ese aura de aridez de carácter que muchas veces se relaciona con los grandes artistas. Y sin embargo, cuando ayer salió a la tribuna del Parlamento Vasco para agradecer la concesión de la medalla de la institución, rompió de un plumazo toda la solemnidad protocolaria que, como les correspondía, exhibieron sus antecesores en el uso de la palabra.
"La verdad es que me he estado fijando en la escultura, y es buena, ¿eh?". Así rompió el hielo el artista que hace algo menos de treinta años rompió el roble para darle la forma, precisamente, de ese árbol. Un roble "de regia troncalidad y siete ramas" que le ha hecho valedor de "un alto honor y una sorpresa inimaginable", el reconocimiento de un Parlamento cuyo aplauso al escultor de Bermeo se prolongó durante muchos segundos, y que despertó la emoción de su familia, ubicada en lo más alto de la Cámara y a la que Basterrechea dedicó su saludo final.
Antes, el escultor rememoró sus primeros años en Bermeo, una niñez en la que "éramos felices empujando un aro con un alambre", y de la que le queda el amor a lo marinero y una mirada infantil ante la política. Su padre era diputado del PNV y redactor del primer Estatuto General del Estado Vasco, así que era frecuente encontrarse en su casa con el lehendakari Agirre y asistir a calurosas discusiones políticas que no llegó a comprender hasta más tarde. Aprendió mucho sobre ello, sin embargo, cuando estalló la Guerra y todos los niños del Estado se convirtieron en adultos de golpe y porrazo.
El papel de su progenitor en la redacción del primer estatuto ya le liga, quizá de forma tangencial, al Legislativo vasco, pero hubo otra circunstancia que le unió mucho más al Parlamento, aunque no tuvo nada que ver ni con la soberanía popular ni con la separación poderes. "Venía una vez al año al instituto de Gasteiz a examinarme", recordó el escultor. Así, entre las paredes de lo que hoy es el Parlamento disfrutó Basterretxea de los enchufes con algunos profesores y padeció la dureza de otros.
Después llegó el exilio, Francia, Marruecos y Argentina, y tras la muerte de Franco, el regreso. Y poco después de constituido el Parlamento Vasco, fue llamado de nuevo al viejo instituto de Gasteiz para crear su símbolo, Izaro. Se inspiró para ello en "la Historia de un tiempo en el que el euskera se hablaba más allá de los límites" en los que hoy sobrevive, y utilizó para levantar la mole de madera varios tocones del viejo árbol de Gernika, que hoy resaltan en un color más oscuro sobre el resto de la obra, precisamente donde habrían de estar las raíces del árbol imaginario del autor.
Por imaginar esa pieza, "la Junta de Portavoces del Parlamento Vasco, en reunión celebrada el día 23 de abril", acordó "mostrar el reconocimiento de nuestra institución a Don Néstor Basterretxea Arzadun". Izaro, destacaron los parlamentarios, es el "símbolo que durante estos treinta años ha identificado de forma inconfundible al Parlamento Vasco", que destacó "la dedicación, constancia y espíritu de iniciativa" del escultor en el desempeño de su labor profesional en el ámbito creativo".
Se sentía extraño Néstor Basterretxea en la tribuna de oradores del Parlamento, él que no es político, como recordó, aunque "sí el más viejo de todos" los que ayer se reunieron en la Cámara. Sin embargo, poco a poco fue estando más cómodo, hasta que cerró su discurso con el recuerdo a los pilares que han sostenido sus 87 años de existencia. "La felicidad ha encontrado su lugar en muchos días de mi vida", dijo, gracias a la escultura, la familia y los amigos.