ay uno de los viejillos de nuestro querido templo del cortado mañanero al que desde hace unos meses, entre la hipertensión y el colesterol, nos lo tienen jodido. Nada de alcohol. Nada de pintxos. El mus se lo mantienen, eso sí. Pero con infusión. No es tan extraño entre estas cuatro paredes. Igual se pueden acordar de toda tu familia si pides leche de avena, pero hace tiempo que nuestro escanciador de café y otras sustancias aprendió que con una clientela llena de venerables con acceso a médico, es mejor tener manzanilla o poleo menta a mano. Cada vez que alguien va a hacerse análisis, cuerpo a tierra. El martes, eso sí, el abuelete entró ya desviado, sin mascarilla y con cara de pocos amigos. Llegó a la barra, pidió el txikito de otros tiempos y un torrezno. Hubo miradas tensas entre los presentes conocedores de su historial médico pero nadie se atrevió a decir ni esta boca es mía. Había tanto silencio que incluso se escuchó el güito de una aceituna pegar contra el vaso de uno que se estaba tomando el vermut. Hay pocas cosas en este local que pueden terminar en guerra civil. Una de ellas es el deporte. Más en concreto, el fútbol. Y el viejillo es del Alavés, pero de los que han ido a verle hasta en campos de decimoquinta regional. Solo se le escuchó decir: "Y lo peor es que volveré a sacarme el abono".