mmanuel Macron, a quien a causa de su juventud, de su pasado profesional y de mis prejuicios juzgue en su día como un títere de los poderes financieros, ha resultado ser un tipo, para bien o para mal, con una personalidad muy desarrollada. Tocado en su republicano orgullo por la jugarreta que le han hecho los americanos arrebatándole el contrato para fabricar la flota de submarinos de Australia, ha dicho en voz alta lo que nadie se atrevía a verbalizar con tanta vehemencia, pero que al parecer discuten por lo bajini hace tiempo los grandes estadistas continentales en los recesos de las reuniones del Consejo Europeo. La Unión, consideran, debe tener un ejército propio al margen de la OTAN, y más después de los malos ratos que les ha hecho pasar Trump a sus socios, del Brexit, de la espantada sin orden ni concierto de Afganistán, y por último tras esta puñalada angloamericana a la potencia nuclear europea por excelencia. Quizá el último paso imprescindible para construir Europa sea poder destruir a los demás, o al menos poder amenazarles con hacerlo, si vis pacem, para bellum; pero por favor que se haga con cierta diplomacia y sentido de la mesura porque aquí se juega con plomo de verdad y el mundo está muy revuelto.