oco a poco, en nuestro querido templo del cortado mañanero se están recuperando algunas costumbres como las cenas de gala de los viernes con competición deportiva de élite posterior. Es verdad que cuando no se podía estar hasta las tantas, hubo algún botellón senior de interior aunque -y este es un mensaje para las autoridades competentes- no hay pruebas de ello. Antes se esperaba a las diez de la noche para que el vulgo se fuese a casa, se ponían las mesas y se servía, de primero, alguna ensalada de alto copete para dar paso a una buena careta de cerdo asada o un besugo de los de quitarse el sombrero, todo ello completado con queso y postre de chocolate en diferentes variantes. En la mesa, vino, en algún caso mezclado con gaseosa. Eso antes de la partida de mus a cara de perro porque el deporte exige copa, claro. Pero ahora algunos están desentrenados. El bicho ha roto las costumbres. O se ha convertido en la excusa. Los viejillos sospechan que varios habituales han descubierto en el último año y medio que están mejor en el sofá casero. Y temen que ese pisarse lo que les cuelga se esté extendiendo al resto de la sociedad y que la pandemia sea el argumento que muchos, viejóvenes incluidos, estaban buscando para no moverse de ese lugar en el espacio-tiempo que está frente a la tele.