oy me gustaría compartir una reflexión que llevo un tiempo ya rumiando, y si ustedes me lo permiten, tutearles. ¿Por qué nos cuesta tanto asimilar que hemos metido la pata en algo, que nos hemos equivocado, cuando eso es lo más humano que existe? No sé si os habrá ocurrido alguna vez, pero tengo la sensación de que tenemos más miedo de fallar a la gente que del error cometido en sí mismo. Es decir, nos aterran más las consecuencias de la equivocación que la equivocación en sí misma, y eso carga a cada persona de una dosis de presión inmensa que, me da la sensación, se ha incrementado con la llegada de la pandemia. Si alguna vez os habéis sentido así, si habéis sentido sobre vuestros hombros la presión de la equivocación acechando como una sombra implacable y poco piadosa, quiero deciros que no estáis solos en esta andadura. Es más, todo, absolutamente todo el mundo, mete la pata alguna que otra vez. Porque la vida es, al fin y al cabo, un aprendizaje constante; e igual que aprendimos a andar y a correr a base de caernos y levantarnos, la vida sigue poniéndonos de pie como lo hacían nuestros padres entonces. Porque si todos fuésemos perfectos y no tuviéramos nada que mejorar, me temo que la vida sería demasiado aburrida.