e pregunta uno de los viejillos de nuestro amado templo del cortado mañanero si me han vacunado ya. Me quedo con cara de conejo a punto de ser atropellado. Le digo que ni de coña, que seguramente seré de los últimos de Filipinas, que los de mi tramo de edad estamos al final de la lista y con razón, que antes va él y todavía no le han llamado. Pero es el venerable el que está ahora confuso. No termina de entender. Me dice que cuando el confinamiento más duro, las de la panadería, el pescatero, la carnicera, la gente del economato, el de la vinoteca que ahora está jubilado, los chavales que abrieron una explotación ganadera en su pueblo hace un par de años o el único periodista que conoce (oséase yo) fuimos a currar porque se nos consideraba esenciales. Y que entendía que, por lo tanto, quienes trabajan en esos sectores estarían en los primeros puestos de la lista, sobre todo pensando en que pueda producirse otro cerrojazo como el de hace un año. Lo cierto es que, dejando a un lado mi profesión, le he confesado al viejillo que tampoco entiendo la razón por la que no han llamado a vacunar ya a la gente de esos servicios básicos que está todo el día atendiendo al personal, pero que espero que haya alguien al frente de la nave del misterio que sepa lo que se está haciendo.