n día sí y al siguiente también, no nos cansamos de contar en estas páginas con todo el orgullo del mundo los incontables éxitos del deporte alavés. Pese a ser cuatro gatos -lógicamente en tono cariñoso-, vivimos en una ciudad donde surge un deportista de calidad prácticamente de debajo de las piedras y, a menudo, hay gente que no le da el valor ni el reconocimiento que se merecen, más en un contexto de pandemia. El subcampeonato de España de heptatlón de Pablo Martínez de Guereñu o el tercer oro europeo de Anne Fernández de Corres han sido los últimos sonados hitos de nuestros/as guerreros/as, pero estoy convencido de que en el futuro vendrán más. De lo que no hay duda es que Vitoria respira deporte por todos sus poros. A la consabida presencia del Alavés y Baskonia entre los mejores desde tiempos inmemoriales -crucemos los dedos para que el club de fútbol no se asome definitivamente al abismo de la Segunda-, debemos sumar una interminable cascada de nombres más anónimos que no hacen más que dejar el pabellón bien alto allá por donde pasan. Y es que no nos falta de nada: gimnastas, ciclistas, balonmanistas, nadadores, atletas, karatekas... Si somos la envidia de muchos, ¿por qué no vamos a presumir de ello?