ucho tiempo después, me ha llegado este sábado la hora de retomar una de esas viejas costumbres previa al estallido de la maldita emergencia sanitaria. Aprovechando que el infernal calendario competitivo del Baskonia me ha concedido el fin de semana una increíble tregua -benditas ventanas FIBA-, he decidido en compañía de los míos que es el momento ideal para saldar la deuda contraída con mi querido cachopo en un conocido restaurante de nuestra incomparable ciudad. Por desgracia, nada puede ser todavía como antaño y tomaremos las pertinentes medidas de seguridad para salvaguardar nuestra salud y la de los restantes comensales, pero recuperar parte de la normalidad que este patógeno -me ahorro los calificativos hacia él- nos arrebató hace ya casi un año debería empezar a ser ya un objetivo compartido por todo el mundo. Lo que aún desconozco es si derramaré alguna lagrimilla cuando introduzca el sabroso manjar en mi boca rememorando aquellos tiempos en los que me sobraban las facultades y también las ganas para resistir -siempre en la barra del bar, que quede claro- hasta altas horas de la madrugada. Una vez recupere la confianza extraviada, el txuletón de la sidrería también me espera con los brazos abiertos.