alvador Illa, del PSC, del PSOE y del Gobierno español se han situado en una posición complicada. Tampoco aventuro que tenga mayores consecuencias para los implicados, la vida -política- es así, pero el hecho de que el ministro de Sanidad haya sido designado candidato para las elecciones catalanas en plena pandemia y siga ostentando la cartera mientras se desarrolla la precampaña, o se decide el retraso de los comicios por la escalada de contagios e ingresos, o se debate sobre la conveniencia de ampliar el toque de queda o de endurecer el confinamiento es de dudosa estética. Igual que resulta difícil de creer -los partidos nos han hecho así, desconfiados, escépticos con sus buenas intenciones- que detrás de los argumentos de unos y otros para retrasar o no las elecciones haya habido exclusivamente motivos sanitarios o de respeto al entramado jurídico-institucional, cualquier decisión que adopte o no el ministro de Sanidad inevitablemente va a acabar impregnada de la pátina del interés electoralista. Y es que en política y en el desempeño de la cosa pública lo de la estética, aunque pueda resultar engañosa -y por tanto injusta-, es muy importante. Volvemos a aquel adagio de la mujer del César, más viejo que la tos, pero ahí seguimos.