uando hablamos de esclavitud enseguida nos vienen a la cabeza imágenes del tipo Kunta Kinte, 12 años de esclavitud o Django desencadenado. O sea, pensamos en los negros africanos capturados para ser vendidos como animales de carga en Norteamérica. Si profundizamos algo más, quizá hasta lleguemos a descubrir el similar maltrato al que fueron sometidos cientos de miles de chinos en el continente americano. Me argumentarán ustedes que esos tiempos ya han pasado y que las cosas se van arreglando con mayor o menor celeridad según de qué países hablemos, en todo caso lejanos o atrasados en lo que a moral y valores respecta. Aquí ya hemos superado este oscuro capítulo de la Historia de la Humanidad. Y entonces, este mismo miércoles, llega una sentencia del Tribunal Supremo que reconoce como trabajadores (falsos autónomos) a los repartidores de Glovo. Y es que hasta ahora no lo eran, ya ven. La conocida empresa de reparto se aprovechaba de la necesidad de la gente para enriquecerse con sus encargos a un coste ridículo: 4 euros por pedido para el repartidor que además tiene que pagarse el vehículo con el que trabaja y hasta la mochila de Glovo. Sin derechos ni protección. En pleno siglo XXI. ¿Una excepción? Pues hablemos de la trata de personas y la prostitución...